Davian Taleyah
La sala de juntas olía a perfume barato, a cuero nuevo y a estrés. Habíamos pasado más de tres horas revisando las condiciones del contrato con aquella firma de arquitectura que buscaba asociarse con mi empresa. Todo estaba en orden: cifras, tiempos, permisos. Lo único fuera de lugar era ella.
Lucía Salvatierra.
Humana, cabello liso, vestido ajustado que no dejaba mucho a la imaginación. Desde que había llegado a mi edificio, no había dejado de intentar llamar mi atención con sus risas forzadas y gestos exagerados. Si no fuera porque su equipo era uno de los mejores del país, la habría mandado a su casa desde la primera sonrisa insinuante.
—Y si necesita alguna otra... atención personalizada, puede llamarme a cualquier hora, señor Taleyah —dijo al finalizar la reunión, deteniéndose junto a mí antes de salir.
Se inclinó con descaro y me plantó dos besos en la mejilla. Sentí el perfume dulzón empalagarme, pero lo que más me molestó fue el olor a excitación que desprendía