Davian Taleyah
El amanecer aún no terminaba de imponerse sobre el horizonte. Eran las cinco de la mañana y el cielo tenía ese color gris azulado que precede a la salida del sol, un tono frío que no traía consuelo. El aire cortaba los pulmones con cada inhalación, cargado de la humedad del bosque y de un silencio antinatural que se sentía como una trampa.
Me encontraba atento en mi forma lobuna, observando a los lobos avanzar entre los árboles. La tierra húmeda crujía bajo sus patas, el ritmo de sus pasos acompasado y silencioso, casi como si marcharan hacia un ritual de sangre. El whisky que había tomado minutos antes me ardía todavía en la garganta, pero no era suficiente para aplacar el presentimiento que me atravesaba el pecho.
Emma, pequeña incluso en su forma de loba, caminaba con pasos cortos entre ellos. Su pelaje grisáceo se veía apagado bajo la luz tenue del amanecer. No pertenecía a la primera línea, y aun así era un blanco demasiado evidente para alguien como Astariel. Gruñ