Davian Taleyah
El sol de la mañana se filtraba por los ventanales del despacho, dorando los muebles de madera oscura y el tapete persa que Auren insistía en mantener aunque yo no encontraba razón alguna. En mis brazos, Khaos jugueteaba con mis dedos, apretándolos con su fuerza diminuta mientras balbuceaba sonidos que apenas podía entender. Su olor a leche tibia y piel limpia llenaba la habitación, calmando todo a mí alrededor.
Habían pasado varios días desde la batalla, pero las secuelas aún se sentían en la manada. Algunos lobos no regresaron. Otros, aún heridos, con cuerpos y almas marcadas por la guerra. Entre ellos, Emma. La pequeña omega que Kian había protegido con la fiereza… su luna.
El teléfono vibró sobre el escritorio. Miré la pantalla: Kian Duncan.
Apreté la mandíbula y deslicé el dedo para contestar.
—Al fin —dije en tono bajo, caminando hacia la ventana con Khaos apoyado en mi hombro—. ¿Cómo está Emma?
—Está viva, Davian —respondió al fin, con voz ronca—. Despertó hace