Julienne PercyEl auto se detuvo frente a una reja forjada con símbolos que jamás había visto antes. El símbolo de la manada Taleyah ardía en el centro, imponente, antiguo… como si incluso el metal supiera que ahí vivía el Alfa Supremo. Mi estómago se revolvió. El aire denso que envolvía el lugar me decía que no era bienvenida, y nunca lo iba a ser.Davian bajó primero. La puerta del copiloto se abrió con brusquedad, y una mano grande, firme, me agarró del brazo antes de que pudiera hacer el menor movimiento.—Escúchame bien, omega —gruñó, su voz baja y peligrosa como una bestia a punto de estallar—. Aquí no eres nadie. No eres mi pareja, ni mi compañera, ni nada que se te parezca. Eres una carga. Y si te vas a quedarte en mi casa, será para ganarte la comida. Vas a servir, limpiar, obedecer. Y si te atreves a mirarme mal, omega, te juro que te dejo fuera con los perros.Su agarre me dolía, pero me dolía más lo que decía.—¿Entendido? —rugió.—Sí, alfa —respondí en voz baja, obligándo
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