Davian Taleyah
El crujido leve de la puerta resonó en mis oídos cuando entré en mis aposentos. La penumbra reinaba en la habitación, iluminada solo por la luna que se filtraba a través del ventanal. Y allí estaba ella. Julienne, de pie, con su silueta recortada contra la luz plateada, como si la luna la hubiese reclamado como suya.
Se encontraba inmóvil, con la frente casi pegada al cristal, los brazos cruzados contra su pecho. Sus hombros, tan frágiles y fuertes a la vez, se tensaban con un peso invisible. No dijo nada al escucharme entrar, pero su respiración profunda me dijo que sabía que estaba allí.
Me acerqué en silencio hasta colocarme detrás de ella. El aroma de su piel me golpeó primero: suave, cálido, impregnado de esa dulzura que mi lobo reconocía como hogar. Pasé mis brazos alrededor de su cuerpo, atrayéndola hacia mí, y sentí cómo su espalda encajaba contra mi torso cubierto por la camisa blanca que aún llevaba puesta. Mi mentón rozó su cabello y presioné mis labios cont