Kian Duncan
Caminábamos entre los cuerpos de nuestros caídos y los restos carbonizados de los vampiros cuando sentí algo que me heló hasta los huesos.
Un tirón en el pecho.
Un grito en mi mente.
Emma.
Me detuve de golpe, el corazón golpeándome contra las costillas. Su miedo atravesó el vínculo como un cuchillo ardiente. No era un presentimiento, no era una intuición: era ella. Su desesperación, su súplica muda, el terror sofocando su respiración.
—¡No…! —rugí, transformándome en un instante y lanzándome al bosque.
Los árboles se convirtieron en un borrón a mi alrededor. Sentía su dolor cada vez más fuerte, cada jadeo suyo como si mi propia garganta se cerrara. No corría solo; lobos me seguían, y entre ellos, el pelaje negro de Davian destacaba, veloz, imparable.
Mis patas ardían por los saltos que daba para llegar a ella.
Entonces lo vi.
El claro se abrió ante nosotros y la imagen me partió en dos. Emma suspendida en el aire, pequeña, vulnerable, desnuda y con los ojos abiertos de pa