C4: Incubadora

Davian Taleyah

—Necesito hablar contigo.

Mi hermano estaba sentado al borde de la cama, con la cabeza baja, los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas. Tenía la mirada perdida, los ojos hundidos, las ojeras marcadas. Parecía un cadáver respirando.

No se movió. Ni siquiera parpadeó.

—¿Viniste a burlarte? ¿A reírte de que soy un fracasado?

Me quedé de pie unos segundos. Luego avancé hasta quedar frente a él. Inspiré hondo.

—Fui yo —dije sin rodeos—. Yo la monté.

Su cabeza se alzó de golpe. La furia en sus ojos fue inmediata. Ardiente. Imparable.

—¿Qué dijiste?

—No fue intencional. Ninguno de los dos sabía quién era el otro. Fue durante su primer celo. Tu aroma no estaba por ninguna parte y ella... estaba perdida, en pánico. Fue un accidente. Un error.

—¡¿La montaste?! —rugió poniéndose de pie de golpe—. ¿A mi prometida? ¿A Julienne?

—No la reconocí, Elion. Y ella no me reconoció a mí. Si hubiera sabido...

No terminé. Él ya se había abalanzado sobre mí con un gruñido rabioso. Me empujó hacia atrás con fuerza, intentando golpearme. Lo esquivé por reflejo, y cuando volvió a lanzarse, lo tomé de los brazos, lo giré y lo sometí con facilidad, presionando su cuerpo contra el suelo, las manos sujetas a su espalda.

—¡Suéltame! — gritó, escupiendo saliva, forcejeando como un animal acorralado—. ¡Traidor de m****a! ¡Maldito seas, Davian!

—Cálmate —gruñí con la mandíbula apretada—. No quiero hacerte daño.

—¡Me quitaste a mi omega! ¡La humillaste! ¡La arruinaste! —siguió gritando, desesperado, como si se le desgarrara el alma—. ¡Y ahora vienes a presumirlo! ¡A jactarte de que me ganaste!

—¡No gané nada! —rugí contra su oído—. ¿Tú crees que yo quería esto? ¿Crees que no me jode saber que la dejé embarazada?

Elion se quedó quieto por un momento. Respiraba agitado, con rabia contenida.

—Entonces lárgate —espetó con un tono frío, helado—. Lárgate y llévate a tu maldita zorra. Que se quede contigo. Ya no me importa.

Lo solté despacio. Se giró en el suelo y me miró con los ojos rojos.

—Espero que te pudras con ella —escupió.

Suspiré y lo solté para abandonar su habitación. Elion no era la única guerra que tenía por enfrentar, pero prefería no pensar en eso. Por ahora, solo necesitaba aire. Y control.

Caminé con pasos lentos por el pasillo silencioso hacia la oficina que tengo en esta maldita mansión, el único sitio donde aún puedo respirar sin que todo me recuerde el caos que arrastré y que vendrá luego. Pedí que llevaran a la omega allí. Julienne.

El nombre pesaba más ahora que sabía que era ella. La misma criatura de la que no pude alejarme aquella noche. La que gemía bajo de mi sin conocerme.

Cuando entré a la oficina, ella ya estaba esperándome. De pie, flaca y pálida, con los ojos tan grandes como el día que la vi por primera vez. Llevaba un vestido sencillo, el cabello suelto. No me miró de inmediato, pero olía a miedo. A desesperación.

—Alpha Taleyah —susurró, alzando el rostro—. Solo… solo quiero pedirte algo. Antes de que me envíen a otro encierro o me arranquen a mi hijo.

Alcé una ceja, recargando los brazos sobre el respaldo del sillón de cuero.

—¿Y qué quieres tú, omega?

Tragó saliva. Estaba temblando.

—Márcame —dijo, tan bajo que apenas la oí—. Hazte cargo de mí. Hazlo oficialmente. Soy una omega. Me tomaste. Me embarazaste. Nadie más va a quererme. No tengo hogar. No tengo nada. Al menos… al menos hazme tuya de verdad.

La carcajada que salió de mi garganta fue seca, cruel, vacía.

—¿Tú crees que por tener mi polla dentro una noche ya te hace especial?

Ella bajó la cabeza, apretando los labios, pero no se movió.

—¿Crees que quiero cargar con una omega que lloraba por otro cuando se corría bajo mí? —seguí, levantándome y acercándome—. ¿Crees que quiero que todos me vean con lástima por quedarme con lo que mi hermano dejó atrás?

Julienne temblaba. No lloraba aún. Aún no.

—Te voy a decir la verdad —murmuré, inclinándome hacia su oído—. Solo estás aquí por el cachorro. Cuando nazca, te puedes largar. Podrás volver al agujero del que saliste o irte con quien te recoja. Me da igual.

Ella dio un paso atrás. Sus pupilas vibraban. Su respiración se quebró.

—Pero… —balbuceó— me marcaste. Tu lobo...

—Mi lobo estaba en celo. Estaba hambriento. No pienses que fue especial —espeté, con una sonrisa torcida—. Ni tú ni tus lágrimas me mueven. Entrega al cachorro y no me importará lo que hagas con tu vida después. Puedes arrastrarte por los pasillos o follarte al primer beta o lobo que te mire. No serás más que la incubadora de mi heredero.

Su sollozó lleno aquella habitación, me fastidiaba escucharla, y ya no podía soportar un segundo más en esta manada.

—Nos vamos hoy a mi territorio, y no quiero escándalos, omega.

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