Davian Taleyah
Tres semanas cazando vampiros, y sin dar con el rastro del aquelarre que atacó a la manada del idiota de Elion. En vez de ayudarme, sabrá la diosa en dónde coño se ha metido, justo cuando debíamos partir aquella mañana en la que desperté con una omega a mi lado. A veces dudo que tenga la capacidad de ser alfa, pero es lo que hay, y la manada de nuestros padres debe ser regida por alguien de su linaje.
Fui educado para ser alfa, pero con el paso del tiempo, mi madre, Faolan Taleyah, no volvió a unirse a ningún otro hombre y murió dejándome como su único heredero. Mi padre, Weylin, en cambio, sí formó una nueva familia con la madre de Elion, lo que lo convirtió en heredero de una de las nueve manadas que actualmente rijo como rey, ya que su madre es alfa.
Mi linaje ha sido observado con recelo por los ancianos; no podemos permitir que se pierda la línea, mucho menos el poder que conlleva. Solo un Taleyah puede ser Alfa Supremo, alguien con un poder tan salvaje que sea capaz de destruir a nueve alfas en una sola pelea.
—Lo ideal es regresar, ya hemos recorrido gran parte del territorio —mi beta se acercó enterrando sus garras sobre un árbol viejo caído.
—Espero que esos asquerosos chupa sangre se mantengan alejados —expresé con desdén.
Un pequeño aullido por parte de mi beta fue lo que anuncio el regreso al territorio de Elion, mi manada estaba apenas a nueves días desde allí, y esperaba volver pronto a mi casa, pero todo será cuando mi hermanito se case en dos días.
(…)
Al llegar a la mansión, regrese a mi forma humana, mi cuerpo lleno de suciedad, mi barba más crecida de lo habitual y mi humor por los suelos. Subí las escaleras de mármol pulido, dejando huellas de barro, olor a tierra y algún animal que mate en el camino. Cuando empujé las puertas dobles del salón principal, la voz chillona de la señora Strode me recibió con la delicadeza de una daga oxidada.
—Al fin apareces —espetó, sin saludar siquiera—. Tenemos un problema, Davian. Uno que requiere tu autoridad.
Le di una mirada de pocos amigos e hice señal a un sirviente, quien enseguida corrió con una bata de baño hacia mí. Cubrí mi desnude esperando que la mujer de mi padre desembuche todo lo que tenía por decir, pero mi tuve que dejar salir mi sarcasmo, ya que siempre hay un problema en esta casa.
—Que novedad —murmuró, cruzando el umbral de la sala. Me acerque a las botellas de whisky, le coloque hielo a un vaso y me serví lo suficiente para tomar de un trago y sentir el calor de la bebida inundar mi paladar—. ¿Dónde está Elion? —interrogó—. Se suponía debía estar en la cacería.
—Encerrado. Como debe estarlo una criatura herida de orgullo. Esa maldita omega lo ha deshonrado nuestro apellido. Mi pobre hijo esta devastado.
Me detuve.
—¿De qué hablas?
Ella me siguió, con pasos duros.
—Elion rompió el compromiso. Lo obligamos a ello. ¡Esa perra se dejó montar por otro macho durante su celo! ¡Está embarazada!
La sangre se me congeló.
Me giré lentamente, enfrentando a esa arpía.
—¿Qué dijiste?
—Lo que escuchaste. El sanador confirmó su estado hace una semana. Y lo peor... —torció los labios con desprecio— es que no sabe quién fue. ¡Qué conveniente, ¿no te parece?! Dice que no pudo ver el rostro del alfa. ¡Cobarde y mentirosa! ¡Merece ser exiliada!
El aire se volvió pesado. Mis oídos zumbaban.
Tres semanas desde que he dormido alguien.
Una omega.
Diosa… era la prometida de Elion.
El sabor de su piel volvió a mi lengua. El aroma a miel y campo. Su cuerpo temblando contra el mío… maldición.
—¿Cuál es su nombre? —pregunté, con la voz grave.
—Julienne Percy, hija de mi mejor amiga. La habíamos comprometido con Elion desde niña para que sea su luna, pero la muy estúpida se acostó con otro alfa.
Mi corazón se detuvo por un segundo.
Julienne.
Julienne Percy.
—¿Dónde está ahora?
—Encerrada en los calabozos de la torre este. El sanador dijo que aún no está marcada, pero claramente no es virgen. Ni digna, si el alfa que la preño no aparece, nos veremos obligados de sacrificar al bastardo.
No escuché más.
Me di la vuelta y marché por los pasillos sin pedir permiso, sin mirar atrás. Necesitaba aire. Necesitaba pensar. Lo que había hecho… la consecuencia. Mi sangre ardía con una mezcla de rabia y confusión, se suponía que las omegas tomaban brebaje para no salir preñada, ¡Mierda! Ahora debo hablar con los ancianos de esta situación.
(…)
Los ancianos llegaron por la tarde. Convocados por Weylin, mi padre, quien ya tenía la expresión de un lobo viejo acorralado desde que le conté lo que ocurrió aquella noche. Me di una ducha al menos para estar presente, pero me jodía los putos nervios en este momento, esperaba que todo tuviera solución… quizás pueda tener el cachorro cuando nazca y Elion ser feliz con su omega.
—¿Es cierto? —preguntó cuándo me tuvo a solas—. ¿Esa omega...?
—Sí —respondí, sin rodeos—. Es ella. Pensé que alguien la había dejado cerca de mi habitación, ella estaba en celo. No sabía quién era, ni de dónde venía. Lo que pasó… no fue planeado.
—¿Llegaste a marcarla? —interrogó, ellos ni siquiera miraron eso antes de encerrarla.
—No. No de forma oficial. Pero mi lobo dejó su esencia, y el hijo que lleva es mío.
—Esperemos respuesta de los ancianos—dijo.
Los siguientes minutos fueron eternos, pero los ancianos estuvieron frente de mi padre y de mí. Le conté lo ocurrido.
—Una omega preñada, ¿Qué podemos opinar nosotros en eso?
—El cachorro es mío.
Un murmullo se extendió entre ellos enseguida.
—¿La tomara usted como compañera su majestad? —interrogó Ameer una vidente del reino. Se dice que es tan vieja como el primer lobo en esta tierra, ella conoció al primer Taleyah.
—No —confesé, arrastrando el aire como si me quemara por dentro—. No la amo. No la conozco. Pero permitiré que se quede en la manada. Que dé a luz con dignidad, bajo protección. Y después… me llevaré a mi hijo. Elion puede casarse con ella, si todavía la quiere.
La sala estalló en murmullos airados. Un par de ancianos se pusieron de pie. Otros golpeaban sus bastones contra el suelo de piedra. Fue entonces cuando el anciano Harkan levantó la mano. Su voz, cuando habló, fue un murmullo cargado de presagio.
—No pueden separarse —dijo, dejando caer el peso de la verdad como una sentencia.
—¿Qué demonios significa eso? —pregunté, en seco.
Harkan fijó sus ojos grises en los míos.
—El hijo que esa omega espera... no es un niño cualquiera. Es el Heredero Profetizado. El primero nacido del linaje puro de Taleyah, marcado por la Luna para gobernar sobre todas las manadas. Si se cría sin uno de sus padres… la línea sagrada se extinguirá. El caos vendrá. El poder se perderá. Y no habrá otro alfa supremo después de ti.
Mi garganta se cerró.
—¿Qué estás diciendo?
—Que si no permanecen juntos —él, tú, y su madre—, el equilibrio se romperá.