Julienne Percy
—No… no puedo aceptarte, Davian —murmuré, con la garganta apretada—. Podría perdonarte, pero eso no quiere decir que podamos formar algo juntos. —
Vi cómo su rostro se tensaba, como si mis palabras fueran un látigo, pero no desvió la mirada. No intentó discutir. Solo se quedó ahí, tragando su frustración, su deseo, su pesar. Me puse de pie con lentitud. El suerte se ajustó sobre mi vientre y sentí al bebé moverse ligeramente. Mi pequeño huracán. Es el único motivador para seguir fuerte.
—Gracias por intentarlo —agregué, con un tono suave pero firme—. Pero necesito más que palabras para reconstruir lo que rompiste.
Me giré hacia la puerta. Mis pasos eran silenciosos, pesados y decididos. Apenas había cruzado el umbral cuando lo escuché hablar a mis espaldas.
—No me voy a rendir tan fácil, Julienne.
Me detuve. Por un segundo pensé en voltear. En responder. En decirle que estaba perdiendo el tiempo, pero no lo hice. No tenía sentido discutir con un hombre que recién empeza