48 HORAS — GRECO LEVANTA EL IMPERIO
El amanecer encontró a Greco de pie frente al Perla Nera II, el club satélite que Volkov había reducido a humo y esquirlas. El neón, roto. Los espejos, hechos trizas. El olor a plástico quemado aún mordía la garganta. Greco observó en silencio, los ojos azules fríos como acero templado; luego dejó caer tres palabras que sonaron a sentencia:
—Cuarenta y ocho horas. Abre o muere.
Los capataces tragaron seco. Greco alzó la mano, enumerando con los dedos, su voz grave y cortante:
—Uno: cambio total de cableado. Quiero la instalación nueva, certificada, invisible.
—Dos: vidrio ahumado en todas las fachadas y cámara oculta a dos calles. Nada de “ángulos ciegos”.
—Tres: pista y sonido de gala, hoy a medianoche. Si no llega el equipo, compren otro.
—Cuatro: caja portátil con doble libro. A la vista, impecable; por debajo, sólo mis números.
—Cinco: personal depurado. El que dude, se va. El que mienta, no vuelve a trabajar en Toscana.
—¿Y la decoración, capo?