En la villa, los primeros rayos del sol bañaban los jardines. Arianna estaba en la sala de los gemelos, sentada en un sillón de terciopelo. Llevaba un vestido de seda claro, el cabello suelto cayéndole sobre los hombros. Frente a ella, Victoria balbuceaba y extendía los brazos, mientras Ramsés golpeaba la bandeja de la sillita con un entusiasmo feroz.
—Piano, amore, piano… —Arianna rió, dándole una cucharadita de papilla de manzana a Ramsés. Él se la comió y luego escupió un poco, ensuciándole la mejilla.
—¡Mamma! —balbuceó Victoria, sorprendiéndola.
Arianna quedó inmóvil. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Lo dijiste… ¿me llamaste mamá? —Besó a su hija con ternura—. Mi pequeña Victoria…
Con voz suave, como si confesara a sus propios hijos, susurró:
—Perdónenme, tesoros. Si alguna vez me ausento, si alguna vez oculto algo… es porque quiero darles un futuro sin miedo. Todo lo que hago es por amor a ustedes… y a su padre.
Los gemelos balbucearon como respuesta, y Arianna sonrió entre lá