La noche avanzaba con la lentitud de un presagio. En la guarida, el silencio se rompía solo por el murmullo de las hojas de papel siendo hojeadas, y el tic-tac constante del viejo reloj de pared. Greco tenía las manos cruzadas tras la espalda, caminando lentamente en círculos mientras sus ojos repasaban las fotografías.
—Ruggieri está dejando migas de pan —murmuró.
Dante levantó la vista desde el plano de los muelles.
—¿Y si es una trampa? Podría estar manipulando el juego para enfrentarnos entre nosotros.
Greco negó con la cabeza, su mirada fija en una imagen en particular: un contenedor con el logo de una compañía que conocía demasiado bien. Era la misma que había usado su padre en los últimos años de su vida. Eso le erizó la piel.
—No es una trampa —susurró—. Es un mensaje. Nos está diciendo que sabe lo que nosotros creemos enterrado.
Dante le lanzó una mirada rápida, adivinando a qué se refería. El pasado volvía. Y no venía solo.
—¿Qué hacemos?
—Reunir al consejo —dijo Greco, taja