En una pequeña villa en las afueras de Florencia, Nonna Vittoria bajó de un taxi con una cesta de higos frescos. Tocó tres veces una puerta de madera. Le abrió un hombre de rostro severo, barba gris, bastón de marfil.
—Tullio Romano —dijo Nonna, firme como una emperatriz—. Necesito tu ayuda.
El viejo capo la dejó pasar. El salón olía a incienso, whisky añejo y cuero viejo. Ella se sentó frente a él y habló sin rodeos.
—Mi nieto... Greco Leone... ha encontrado el amor. Y eso, Tullio, lo vuelve peligroso para sí mismo. Pero esta guerra lo rodea, y yo no pienso perder a mi sangre por orgullo. Necesito aliados.
—¿Y qué me das a cambio? —preguntó él.
—La verdad. Greco volverá a ser lo que fue. Y tú estarás a su lado cuando recupere lo que merece.
Tullio asintió lentamente.
—Por ti, Vittoria... lo haré. Pero si él cae, tú también lo harás conmigo.
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El sol comenzaba a descender entre los tejados de Florencia, tiñendo el cielo con tonalidades ámbar, mientras una suave brisa agitaba las cor