Horas después, Arianna abrió la puerta de su casa con pasos cansados. Paolo ya estaba allí, sentado en el sofá, con una copa en la mano.
—Llegaste —dijo sin mirarla directamente.
—Sí —respondió ella, cerrando la puerta con suavidad.
El silencio se instaló entre ellos como una presencia incómoda. Ella dejó su bolso en una silla, y al volverse, notó que Paolo la observaba fijamente.
—¿Quieres decirme qué pasa? —preguntó ella, sintiendo que algo se gestaba.
—¿Y tú quieres decirme qué hiciste mientras yo no estaba?
—¿A qué te refieres?
—Vamos, Arianna. La paz que sentiste cuando me fui… se te notaba hasta en la piel.
Ella lo miró sorprendida.
—Desde que te fuiste, respiré. Me sentí ligera —dijo, reuniendo valor.
Paolo soltó una risa corta.
—Me imaginé. La libertad embriaga cuando alguien nuevo aparece a abrir las ventanas, ¿no?
Ella bajó la mirada. Sabía exactamente de qué hablaba, aunque él no dijo nombres.
—No sé de qué hablas —murmuró.
—Claro que no —respondió él, sarcást