Los días posteriores al entierro se volvieron una cinta gris que nadie sabía dónde cortar. El dolor había aprendido a vivir en la villa, a sentarse en los escalones, a recorrer los pasillos con pasos de sombra. Y sin embargo, bajo esa misma losa, comenzó a crecer algo feroz: una certeza testaruda, una promesa en voz baja. Greco no se dejó romper. Se agrietó, sí; pero siguió de pie. Y cuando el patriarca no cae, el imperio no se desordena: lo imita. Los hombres en los clubes hablaron más bajo, contaron el dinero dos veces, y miraron hacia la puerta esperando instrucciones. El nombre de Arianna dejó de pronunciarse a media voz para convertirse en un juramento. Y en Moscú, sin saberlo, una mujer con el alma vendada aprendía a vivir con recuerdos prestados.
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Villa Leone — Mañana de invierno
La luz entraba como un hilo tímido por las cortinas de lino. Greco, con el brazo aún en cabestrillo, sostenía a Ramsés contra el pecho y mecía la cuna de Victoria con el pie. La camisa, remangada; l