Azucena parpadeó varias veces, desconcertada, como si las palabras del Rey Alfa no acabaran de asentarse en su mente. La sorpresa se reflejaba en su rostro y en la forma en que sus labios temblaron antes de abrirse, incapaces de articular una respuesta instantánea.
Nunca imaginó que escucharía algo semejante de él, no después de tantos días en los que su vida dentro de la alcoba había parecido un encierro perpetuo, una rutina de silencio y espera. Las indicaciones que acababa de recibir la dejaban con una sensación extraña: era libertad, sí, pero no una completa, sino una concesión cuidadosamente medida.
Sin embargo, a ella le resultaba imposible no cuestionarse qué había motivado ese cambio. ¿Por qué Askeladd, de pronto, le estaba permitiendo salir de su encierro? ¿Por qué ahora, después de haber sido tan inflexible antes? La duda se le aferraba al corazón y en su interior volvió a la conversación de la noche anterior. Quizá lo que le había confesado había despertado algo en él, tal