Ragnar, que había permanecido escuchando en silencio, se atrevió al fin a formular la pregunta que se desprendía de las palabras de su señor.
—Entonces… ¿está pensando en poner a ese beta, al que fue la mano derecha de Milord, como gobernante de Asis? —preguntó con cautela, observando el semblante imperturbable de Askeladd.
El Rey Alfa negó lentamente con la cabeza.
—No, Ragnar. No es eso lo que pienso. A decir verdad, ese lobo tiene cualidades notables. Es inteligente, astuto y un estratega nato, pero hay un problema: su lealtad. He hablado con él, Ragnar. Y ¿sabes qué me dijo? Que conoce a la perfección los defectos de su Alfa: su orgullo, su egoísmo, sus fallas como gobernante… y aun así, a pesar de todo, le es leal. Leal hasta la médula. Eso es lo que me confesó con toda honestidad.
Los ojos de Askeladd brillaron un instante con algo que parecía admiración.
—Y lo entiendo. Lo entiendo porque los betas son así. Lo llevan en la sangre. La lealtad hacia su Alfa no es una carga, es su