C162: ¡Prefiero la muerte!

Askeladd dio una señal con la mano, y de inmediato un soldado ingresó en la celda de Milord. El guerrero obedeció en silencio y se acercó hasta donde Milord permanecía suspendido. Entonces, retiró las cadenas que lo sujetaban, y el peso del propio cuerpo del prisionero lo venció: Milord cayó contra el suelo de piedra húmeda, con un estruendo que resonó entre los muros estrechos. Intentó incorporarse, pero apenas pudo sostenerse con los brazos. Sus nuevas piernas, aunque presentes, no respondían con firmeza.

—No lo intentes. No podrás caminar —declaró Askeladd, hizo una breve pausa y giró la cabeza hacia Azucena—. Le pedí que regenerara tus extremidades, pero también que las dejara débiles. Inútiles para ponerte de pie.

Las palabras fueron un golpe aún más cruel que la caída. Milord sintió cómo la humillación lo envolvía por completo. Lo habían reducido a algo menos que un lobo, menos que un hombre, incapaz de sostenerse por sí mismo. Su orgullo se desplomaba junto con él, y aunque no
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