Día 4. Ela ya había perdido la cuenta de cuántas veces había llorado y llorado, hasta que las lágrimas se le acabaron, hasta que los mocos se le secaron, el rostro rosado por el esfuerzo y las cejas de Unidas en tristeza y dolor. Le devolvieron las gafas—“para que al menos veas por dónde vomitas”, dijo el sargento con frialdad y casi crueldad. A las 05:00, prueba física oficial: Ahora debían hacer carrera de 5 km, luego dominadas, abdominales, flexiones. Ela falló en todo, cada ejercicio, falla, ejercicios incompletos, cansancio rápido, nunca terminaba de completar siquiera una repetición. Y siempre quedando como última con diferencia humillante. El castigo: limpiar los baños de todo el barracón masculino. Sola. Pasó ocho horas arrodillada, fregando residuos humanos y vómito de desconocidos, era desagradable, no solo por el aroma, sino también por lo resbaloso que estaba aquel suelo, sucio, y calzones encontrados, hasta vello de quien sabe qué parte del cuerpo.
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