Por primera vez puedo tomar a voluntad el control del cuerpo de la duquesa. Tal vez mi energía mágica ha alcanzado un nuevo umbral. Tal vez no. Lo que sé —con certeza— es que no pienso darle a esas mujeres el espectáculo de una duquesa derrotada.
—¿Hay algún sitio donde podamos tomar algo caliente? —pregunto a Odeth, manteniendo el porte digno, aunque por dentro esté a un parpadeo del colapso.
—Sí, hay una fuente de refrescos cerca. También sirven infusiones. Esos lugares están de moda últimamente —responde, lanzándome una mirada que mezcla sorpresa y una pizca de genuina admiración.
—Perfecto. Vamos allí.
Cada paso es una punzada de fuego en el vientre, una traición del cuerpo que no me permito mostrar. Me sostengo erguida, como esperan de una duquesa, incluso cuando por dentro cada fibra clama por rendirse.
Apenas subimos al carruaje, conjuro un discreto hechizo de insonorización. Nadie más debe saber lo que ocurre. Solo entonces permito que el cuerpo haga lo que suplicaba: vomitar, violenta y ruidosamente, en el jarrón improvisado.
Odeth, siempre diligente, sostiene el recipiente mientras yo me aferro al borde como un náufrago a su única tabla. Cuando parece que ya no queda nada más por expulsar, introduzco un dedo en la garganta para asegurarme. Prefiero terminar todo aquí, ahora.
La compasión y el horror pelean en el rostro de Odeth. No la culpo. La escena es digna de un mal cuento de hadas.
—No te preocupes. Ya estoy mejor —logro decir, limpiándome con la dignidad que aún me queda—. Solo un poco débil. Nada que una bebida caliente no pueda arreglar.
Intento recomponer el peinado, pero Odeth me toma el cabello como si fuera una muñeca de porcelana, arreglando cada mechón con un cuidado que me resulta casi... tierno.
—Falta color en sus mejillas —dice, y me señala para que las pellizque un poco.
Sonrío. Esta mujer es más astuta de lo que aparenta. Hay una calidez protectora en su gesto que me reconforta más de lo que quisiera admitir.
Espero que no haya sido también víctima de lo que intuyo que pasó. Espero que no.
Entramos al local sonriendo como si el mundo fuera un lugar amable y no un circo de hienas disfrazadas.
Pido un té de menta reforzado y unas galletas de avena. Odeth, fiel como siempre, se niega a pedir algo diferente.
—Sería incapaz de comer algo mejor que usted —dice con esos ojos grandes y decididos.
Hay un brillo protector en sus ojos que me reconforta. Saber que Elizabeth no estará sola cuando yo me haya ido me da cierta paz. Una sombra de tristeza amenaza con colarse en mi mente, pero la aparte. No es momento para eso. Y, sinceramente, tampoco hay mucho que pensar.
Cambiar de cuerpo no es sencillo. No se hace con un chasquido de dedos. Implica arrancar el alma del recipiente que se quiere usar, un acto oscuro que consumiría parte de la mía. Me condenaría. Cada vez que el cuerpo se deteriore tendría que conseguir uno nuevo para tratar de evitar mi final y, ¿quién quiere vivir así? ¿Y si un día me canso de vivir? ¿O si simplemente tengo una muerte accidental? No, eso no es una opción.
—Nunca esperé escuchar de usted que se desquitaría con alguien —dice Odeth en un susurro cómplice, inclinándose hacia mí.
—Verás muchos cambios de aquí en adelante —le respondo con igual complicidad.
—Eso veo. Nunca pensé que desecharía esos vestidos tan finos... aunque, debo decir, lo que usa ahora le favorece más.
—¿Qué tiene en mente? ¿Hablará por fin con el duque?
—No. Si hablo, solo despedirá al personal y contratará nuevos traidores. No. Voy a hacerme respetar. A enseñarles que no pueden quebrarme.
Los cuchicheos alrededor no han parado. Esta gente tiene la sutileza de un martillo. Fue Elizabeth quien solía soportarlos con entereza. Yo tengo menos paciencia. Es hora de actuar.
Me levanto con la calma helada de quien sabe que lleva la tormenta en los bolsillos, y arrastro una silla hasta el grupo de mujeres entrometidas.
—¿Por qué no preguntan de frente? —digo, mostrando apenas una sonrisa. No necesito alzar la voz. El peligro la impregna.
Las mujeres se miran entre ellas, nerviosas, pero no les permito escapar.
—Escuché perfectamente sus... creativas suposiciones. Así que vine para que tuvieran la información de primera mano.
El salón entero queda en silencio, como un lago congelado al primer golpe de piedra.
—Debe ser un malentendido, Lady Elizabeth...
—Duquesa —corrijo con una voz gélida, sin elevar el tono—. O su excelencia. Mi esposo aprecia el protocolo. No querrían disgustarlo.
Las miro como quien mide el tamaño de la amenaza.
—No imaginan de lo que es capaz un hombre como él por defender el honor de su esposa.
—Debe haber sido horrible para usted... aquello —musita una de ellas.
—Lo fue. Horrible —respondo, bajando la mirada como quien revive un trauma—. Aunque saber que no sobrevivieron... fue un consuelo.
Un estremecimiento recorre el grupo. Y como si cometiera un desliz imperdonable, me llevo una mano a los labios.
—Por favor... no se lo cuenten a nadie. No debe saberse que no hubo ni siquiera juicio.
Elizabeth, dentro de mi mente, está muda. El silencio de ella empieza a helarme la piel.
Pero no hay tiempo para dudas. Salimos del local con la frente en alto y el rumor de las lenguas anudadas detrás.
—
Ya de vuelta en el carruaje, comparto algunas de mis ideas de venganza con Odeth. Su risa tímida es música para mis oídos.
—Diseñaremos un uniforme horrendo —decido con una sonrisa felina—. Rígido, incómodo. Que grite: "No olviden a quién sirven".
—¿Uniformes? ¿Como soldados? —pregunta Odeth, claramente desconcertada.
—Exactamente. Esta no es una casa ordinaria. Es la mansión de un duque. Y yo... soy su duquesa.
Mientras diseñamos en mi mente los trajes más ridículos posibles, planeamos también la fiesta de té. Será el gran debut de esta "nueva" Elizabeth.
Regresamos a la mansión cerca de las dos de la tarde. Para mi sorpresa, el duque me recibió convertido en una furia andante.
—¿Por qué llego a mi casa y mi mujer no está? —gritó con tal fuerza que las paredes parecieron estremecerse. La servidumbre, atraída por el alboroto, se asomó como quien espera un espectáculo.
—Estaba de compras, querido. Te lo dije anoche. Necesitaba cosas bonitas y nuevas —respondí con dulzura mientras levantaba una caja y mostraba un vestido negro de corte ceñido que haría que Elizabeth resplandeciera como un pecado andante—. ¿No crees que me veré hermosa con esto?
—Eso es irrelevante, mujer. Ya estás casada. A mediodía deberías estar en casa —replicó con tono severo, pero sus ojos iban y venían, inquietos, entre los paquetes apilados.
—También traje algo para ti —dije, fingiendo tristeza. Tomé una caja más—. Quiero que lo uses en la fiesta de té. Todo esto es parte de la organización que me pediste. No tienes idea del esfuerzo que implica —mi voz se quebró ligeramente, perfecta imitación de una mujer abrumada—. Pensé que por fin estaba siendo útil. Creí que, gracias a mí, tu hijo mayor encontraría una esposa...
No soy buena para llorar, como lo es Elizabeth. Pero sí sé cómo sonar herida, y si le doy la espalda... ¿quién puede decir que no lloro?
—Explícate —dice el hombre ahora con tono más calmado.
Me "sequé" las lágrimas imaginarias y me giré. Le hablé del uniforme, de la fiesta, de los cambios en la decoración, de las invitaciones y de mis nuevas amistades entre las damas de sociedad.
—No sabía que estabas tan ocupada... ni que todo era por buscarme una nuera —dijo finalmente, tomando la camisa que había dejado sobre una silla—. Me gusta. La usaré. Pero por favor, vamos a almorzar. Todos tenemos hambre.
—Antes de eso... tengo algo más para mostrarte —le dije, tomando una caja más pequeña—. Pero me da vergüenza con la servidumbre...
—¡Fuera todos! —ordenó sin vacilar.
Cuando estuvimos solos, saqué con cuidado una prenda de seda negra. Delicada como un suspiro, con tirantes tan finos que apenas podrían sostenerse sobre mis hombros.
—Es para esta noche —susurré con una sonrisa.
—Ya quiero vértelo puesto... y después quitártelo —dijo, olvidando por completo su anterior enojo.
—Dime que no es verdad —susurra Elizabeth desde algún rincón de mi mente.
—Obvio que no —respondo sin dudar—. Esta noche, el duque dormirá como un bebé.
Durante el almuerzo, la aparente armonía entre el duque y yo no pasó desapercibida. Especialmente para Lady Catalina, cuya incomodidad era tan evidente que podría haberse cortado con un cuchillo. ¿Fue ella quien causó el malestar estomacal de Elizabeth? Después del reproche que Lady Catalina le hizo con la mirada a una de las criadas, estoy segura que sí.
Marcus, por su parte, parecía ligeramente más interesado en su esposa hoy. La dosis de "potencia" surtió efecto. Aseguré una segunda aplicación del hechizo. Esta noche, Catalina estará muy ocupada.
Cuando Catalina se sentó al piano, aproveché para acercarme mientras los hombres hablaban de negocios.
—¿Y cómo van con la fabricación del heredero? —pregunté con tono despreocupado—. ¿Lista para otra ronda intensa?
Su mirada fue de sorpresa pura. No oculté mi sonrisa.
—No sé a qué te refieres. Nuestra vida marital es... normal —murmuró, con torpeza.
—Si quieres, puedo hacer que eso sea lo normal —le dije en voz baja, mientras sorbía un poco de té.
Quiero que entienda —aunque no sepa cómo— que yo tengo algo que ver con el vigor renovado de su marido.
—¿Estás bromeando? ¿Tratas de asustarme? —preguntó, esbozando una sonrisa tensa.
—Cuando quieras que le baje la intensidad... me avisas —le dije, sin más.
Luego me reuní con los hombres y los desvié con sutileza hacia temas menos aburridos. Poco después, se me presentó la oportunidad de hablar con Lord Marcus en privado.
—Estás distinta —me dijo—. Casi peligrosa.
—¿Casi? Soy peligrosa. No mala —sonreí—. Por eso te daré un consejo que puedes aplicar esta noche.
Me acerqué lo suficiente para que tuviera una vista privilegiada de mi escote. Él no desaprovechó la oportunidad.
—Dicen que para que los senos crezcan, necesitan atención. Mucha atención masculina.
Y considerando lo poco que Catalina tiene para ofrecer en ese frente, no tengo duda de que en un rato y en cesiones futuras esa zona de su anatomía será... particularmente bien atendida.
Río disfrutando mi toque de maldad, pero algo ha empezado a inquietarme. ¿Por qué Elizabeth guarda silencio? Debería estar gritando, escandalizada por mis ideas. Su ausencia no es alivio. Es presagio.
La situación es ilógica. Inmoral. Y, aun así, no puedo dejar de pensar en esa mujer: Cielo.Sé que mis opciones deberían ser solo dos: o ignorar lo que sea que fluye entre nosotros y devolverla a su marido o simplemente terminar con su existencia.Es una bruja. Aunque no sabía de su existencia, lo más razonable sería pensar que es tan peligrosa o más que un licántropo. Lo sensato habría sido destruirla en cuanto la descubrí conjurando junto al lago. Pero no pude. Algo me detuvo. Una fuerza invisible que no logro entender... una conexión que me frustra, me intriga... me retiene.No debí desearla, no debí tocarla, porque en el momento en que mi piel rozó la suya y mis labios probaron los suyos, firmé mi sentencia.—Voy a resolver los problemas de la duquesa en un mes —dijo con firmeza, observándome con intensidad—. Y después... vendré por ti.Esas fueron sus palabras y no pude evitar sentir que algo dentro de mí se agitaba con una intensidad que nunca creí posible. Ahí estaba la ferocida
Las miradas de recelo me siguen como sombras por toda la mansión. Y me encanta.Ahora corre por los pasillos como fuego entre paredes el rumor de que manejo al duque con el dedo meñique. No están tan equivocados.El duque volvió a salir a trabajar, no sin recordarle de forma grotesca a su hijo que debe encerrarse en la habitación y hacerle el amor a su esposa de forma tan fuerte que su semilla llegue muy profundo en ella y pueda germinar. Su nieto debe ser la prioridad. Casi suelto una carcajada al escuchar las palabras tan sucias que eligió y el efecto tan jocoso que generaron en el rostro de lady Catalina.Me pregunto, ¿por qué se pone así ella? A estas alturas ya debería estar acostumbrada a la forma sucia en que habla el viejo.La otra opción que se me ocurre es que aún piense en el sexo como tabú, pero ya llevan más de dos años de vida marital, así que no debería ser eso. Aunque Lord Marcus tenga una o muchas amantes, no creo que se atreva a tener desatendida a su esposa. Si los p
Decidimos instalarnos en el balcón de mi habitación para evitar que nuestra conversación se filtrara. Colocamos una pequeña mesa de té con una charola repleta de quesos y carne seca para acompañar el vino que seleccionamos. Cielo me aseguró que esa combinación era perfecta para potenciar los sabores, y no se equivocaba. Todo se apreciaba mejor.Nunca he sido buena con los licores, pero si lo vivido en estos días no amerita una copa, entonces ninguna ocasión lo haría.El cielo estaba nublado, y el viento fresco sugería que pronto llovería. Al principio hablamos de temas sin demasiada importancia, rodeando con delicadeza lo que en verdad queríamos decir. Pero a medida que se acercaba el descorche de la segunda botella, el valor comenzaba a brotar. Ambas lo necesitábamos. Ambas cargábamos heridas.Odeth jugaba nerviosamente con su copa, tomándola por el cuello y haciéndola girar entre sus dedos, sin apartar la vista de ella. Tomé la nueva botella y llené su copa con cuidado.—Cuando se ce
Habitar un cuerpo ajeno no es sencillo.Es mirar tus propias manos y no reconocerlas. Es dormir con una piel que no te pertenece y preguntarte, cada noche, cuándo terminará el tiempo extra que sin saber por qué, me está dando la vida.Sé que estoy robando tiempo. No es mío este cuerpo, ni esta voz, ni los labios que mi Musa han degustado con deseo. Y, aun así, cuando sus ojos se posan en mí, siento —por un instante— que soy real. Que no soy solo humo, ni sombra, ni una bruja maldita por intentar aprovechar el milagro que representa el haberlo encontrado.Mi Musa no nació en mi mundo, no estábamos realmente destinados a encontrarnos y por eso me había negado a pensar a largo plazo.Hace unas horas Jaime me demostró que me ve. No solo el cuerpo. Me ve a mí. A Cielo.Y eso me mortifica. Fue claro conmigo y sus argumentos tan lógicos que no pude refutar. No debí sentenciar que volvería con él. ¿Por qué si igual partiré? ¿Por qué quería revolverle la vida? Infortunadamente conozco la respue
—Hora de levantarse, duquesa —digo, decidiendo que ya ha pasado suficiente tiempo en esa cama—. Es hora de vivir, por fin.Sigue cansada. Acostarse tarde y beber no son parte de su rutina, y aunque su cuerpo —como su alma— es joven, debe pagar la factura. Pero no me importa. La obligaré a aprovechar el tiempo, si es necesario. Se acostará tarde, hará escándalos, se avergonzará… pero, sobre todo, reirá y gozará como nunca. Es lo único que puedo hacer por ella.De mala gana toma el control y elige uno de los nuevos vestidos. He preparado un par de esencias para el baño y la animo a usarlas, elevando además la temperatura del agua con un pequeño toque de magia. Su cuerpo agradece el detalle: aunque físicamente ya eliminé los efectos del licor, su mente aún cree sentirlos. Necesitaba darle algo más en qué pensar. Y ya he elegido el cómo.El agua tibia, perfumada a lavanda, empieza a relajarla. Entonces, mi verdadero plan entra en acción.—¿Sabes lo que es un orgasmo? —pregunto, sabiendo ex
La situación es ilógica. Inmoral. Y, aun así, no puedo dejar de pensar en esa mujer: Cielo.Sé que mis opciones deberían ser solo dos: o ignorar lo que sea que fluye entre nosotros y devolverla a su marido o simplemente terminar con su existencia.Es una bruja. Aunque no sabía de su existencia, lo más razonable sería pensar que es tan peligrosa o más que un licántropo. Lo sensato habría sido destruirla en cuanto la descubrí conjurando junto al lago. Pero no pude. Algo me detuvo. Una fuerza invisible que no logro entender... una conexión que me frustra, me intriga... me retiene.No debí desearla, no debí tocarla, porque en el momento en que mi piel rozó la suya y mis labios probaron los suyos, firmé mi sentencia.—Voy a resolver los problemas de la duquesa en un mes —dijo con firmeza, observándome con intensidad—. Y después... vendré por ti.Esas fueron sus palabras y no pude evitar sentir que algo dentro de mí se agitaba con una intensidad que nunca creí posible. Ahí estaba la ferocida
Las miradas de recelo me siguen como sombras por toda la mansión. Y me encanta.Ahora corre por los pasillos como fuego entre paredes el rumor de que manejo al duque con el dedo meñique. No están tan equivocados.El duque volvió a salir a trabajar, no sin recordarle de forma grotesca a su hijo que debe encerrarse en la habitación y hacerle el amor a su esposa de forma tan fuerte que su semilla llegue muy profundo en ella y pueda germinar. Su nieto debe ser la prioridad. Casi suelto una carcajada al escuchar las palabras tan sucias que eligió y el efecto tan jocoso que generaron en el rostro de lady Catalina.Me pregunto, ¿por qué se pone así ella? A estas alturas ya debería estar acostumbrada a la forma sucia en que habla el viejo.La otra opción que se me ocurre es que aún piense en el sexo como tabú, pero ya llevan más de dos años de vida marital, así que no debería ser eso. Aunque Lord Marcus tenga una o muchas amantes, no creo que se atreva a tener desatendida a su esposa. Si los
Decidimos instalarnos en el balcón de mi habitación para evitar que nuestra conversación se filtrara. Colocamos una pequeña mesa de té con una charola repleta de quesos y carne seca para acompañar el vino que seleccionamos. Cielo me aseguró que esa combinación era perfecta para potenciar los sabores, y no se equivocaba. Todo se apreciaba mejor.Nunca he sido buena con los licores, pero si lo vivido en estos días no amerita una copa, entonces ninguna ocasión lo haría.El cielo estaba nublado, y el viento fresco sugería que pronto llovería. Al principio hablamos de temas sin demasiada importancia, rodeando con delicadeza lo que en verdad queríamos decir. Pero a medida que se acercaba el descorche de la segunda botella, el valor comenzaba a brotar. Ambas lo necesitábamos. Ambas cargábamos heridas.Odeth jugaba nerviosamente con su copa, tomándola por el cuello y haciéndola girar entre sus dedos, sin apartar la vista de ella. Tomé la nueva botella y llené su copa con cuidado.—Cuando se c