Inicio / Romance / EL DESPERTAR DE LA DUQUESA / 24. ELIZABETH - EVIDENCIA DE EVOLUCIÓN
24. ELIZABETH - EVIDENCIA DE EVOLUCIÓN

Hace días no estaba sola en mi cabeza. El silencio que antes me parecía normal, ahora se siente monótono. He dormido mucho en el interior, así que, pese al cansancio de este cuerpo, no quiero seguirlo haciendo aquí. Por eso me pongo una bata y salgo de la habitación para buscar aire fresco en el jardín.

Es de noche, así que ya no hay nadie rondando por la casa. El cielo está despejado y las estrellas tapizan aquel lienzo gigante, haciéndome sentir pequeña, casi insignificante. Me acomodo en una banca y pienso en lo vivido en estos últimos días.

Caos. Esa palabra describe mi vida en este momento, pero, a la vez, nunca me había sentido más viva, más motivada, más libre. Antes de casarme y del revés económico de mi padre, creí tener una gran vida, pero ahora sé que fue solo una ilusión. Anteriormente mi mundo era dorado, sí, pero estaba hecho de barrotes y no lo sabía. Ahora el mundo es oscuro y abierto... y me asusta, pero también me emociona

Nunca elegí nada importante en mi vida. Mi existencia entera fue un desfile de vestidos, joyas y apariencias, todo cuidadosamente diseñado para ser una pieza atractiva en el mercado matrimonial. ¿Si no hubiera estallado esa crisis, habría conocido otra vida? Lo dudo. Recuerdo ahora, con amargura, cómo mi familia mantenía su ritmo de gastos a pesar de las peleas sordas por dinero. La apariencia era más importante que la realidad.

Mis padres... mis hermanos... En estos casi cinco meses de matrimonio, apenas los he visto tres veces. Y nunca fue por mí; vinieron a ver al duque. En su segunda visita, cuando el duque tuvo que marcharse de improviso, mis padres partieron casi de inmediato, sin mirarme siquiera. Fingí no notarlo entonces. Fingí que no dolía. Pero sí dolía.

Jamás preguntaron si era feliz. Solo observaron los lujos, los vestidos, los mármoles pulidos. Mis hermanos, mientras tanto, disfrutan ahora de galas y reuniones, eventos a los que yo, deliberadamente, he decidido no asistir. No quiero darles más motivos para usarme como moneda social.

Estoy atrapada en esta vida, mientras ellos disfrutan de sus beneficios.

Se supone que son mi familia. La sangre nos une, pero en realidad... se siente como una cadena.

Y, sin embargo, alguien que hace poco era una desconocida —Odeth— me tendió una mano más sincera que toda mi familia junta. Fue ella quien, tras la noche de bodas, me abrazó en silencio, comprendiendo el dolor que ni siquiera yo sabía cómo expresar. Sus palabras sencillas, llenas de una ternura fuerte y real, me devolvieron el aliento:

"Ser mujer apesta a veces. Pero somos más fuertes de lo que parecemos. Usted puede. Recuerde que ahora es la duquesa Elizabeth de Quiroga."

Cielo, en su extraño y apasionado recuerdo de una amistad profunda con un hombre, me enseñó algo que anhelo: tener a alguien con quien hablar libremente, con quien compartir las heridas invisibles. Y al pensar en ello, me doy cuenta de que Odeth es esa persona. Mi primera amiga real.

Dejo que las lágrimas rueden libremente por mis mejillas, sin esconderme. No hay necesidad.

Estoy considerando, como Cielo me sugirió, cortar los lazos con mi familia. No quiero venganza. Pero tampoco quiero seguir siendo su muleta. A menos que vengan a mí, a menos que hablen conmigo y no con el título que porto, no los buscaré. Además, pediré al duque que les retire los favores. Que encuentren sus propios caminos.

Poco a poco, el miedo que me paralizaba se disuelve, y siento, por primera vez, la chispa de la libertad.

Y a Cielo se lo debo.

Ella, con su energía brutal y su fuerza inquebrantable, me está obligando a conocerme. Me reta a tener un pensamiento propio, a ser alguien más que una sombra de las expectativas ajenas.

Río, amarga, al recordar mi ingenuidad de niña: soñaba con el matrimonio ideal, sin saber qué cualidades debía buscar realmente. Solo pensaba en una cara bonita, una dote generosa, una edad conveniente. Qué absurda fui.

Cielo, en cambio, siempre supo lo que deseaba en su compañero: fuerza, determinación, pasión. Nunca se preocupó por rostros ni riquezas. Solo por el alma.

Miro el cielo, echada sobre la banca, y una certeza se instala en mí:

Estoy viviendo mi segunda oportunidad. Y esta vez, no pienso desperdiciarla.

—¿Sabías que si pides un deseo a una estrella fugaz puede hacerse realidad? —La voz de Cielo me sorprende y resuena en mi mente como una caricia.

—No lo sabía —susurro de vuelta.

Una brisa juguetona aparta mi cabello de la cara, y, sonriendo, le pregunto:

—¿Qué pedirías tú?

Su respuesta llega de inmediato, sin titubeos:

—Poder estar con quien amo.

✿︶︶︶︶︶︶✿

Desde su regreso, Cielo ha estado callada. Algo ocurrió entre ella y el capitán Jaime. Algo profundo. Lo percibo en su silencio denso. No quiero invadir su intimidad. Esperaré. Esperaré a que esté lista para hablar.

Hoy, además, no estaré sola. Mi amiga Odeth regresa a la mansión. Solo pensar en ello arranca una sonrisa de mis labios.

Al incorporarme, noto algo extraño: los botones superiores de mi pijama están desabrochados. La imagen de aquel hombre contemplando mi busto mientras duermo se impone en mi mente como un fantasma incómodo, y una sensación áspera y desagradable me recorre el cuerpo. Qué horror... Ojalá el duque no lo haya notado.

Me dirijo a mi habitación–armario con la intención de vestirme. Por costumbre, estiro la mano hacia un vestido de tonos claros, pero una duda se cuela de pronto en mis pensamientos: ¿Realmente me gusta... o solo estoy acostumbrada a usarlo?

Lo observo con más atención y, al hacerlo, me doy cuenta de que ese modelo, aunque bonito, parece diseñado para una jovencita. No para mí. No quiero parecer vulgar, desde luego, pero sí quiero lucir como lo que soy: una mujer.

Uno a uno, empiezo a sacar los vestidos. Todos aquellos que me hacen ver como una muñeca llena de encajes y arandelas acaban sobre la silla. No me representan. No más.

—Todos estos son para regalar —digo convencida.

Al fondo, Cielo "abre los ojos" perezosamente y vuelve a cerrarlos de inmediato. No tiene sueño, pero no le interesa mi actividad.

Por fin hay espacio para los nuevos vestidos que pienso comprar. Elijo un hermoso vestido azul sencillo, pero que se ciñe hermosamente a mi cintura además de tener un escote discreto. Lo combino con un hermoso sombrero tejido café para evadir el sol, un hermoso abanico y otra gargantilla similar a la de ayer pero en azul oscuro.

Descubrí que me gusta como se ve mi cuello con ello.

Cuando bajo a desayunar, me sorprende encontrar a todo el servicio trabajando con entusiasmo. El desayuno es generoso, casi festivo.

—¿Fue de su agrado, duquesa? —pregunta Camila.

—Totalmente —respondo con una sonrisa auténtica.

Oigo algunas risitas ahogadas, pero las ignoro. Me dirijo a la entrada, ansiosa por ver llegar el carruaje de Odeth.

No tuve que esperar mucho, fueron solo dos minutos y el carruaje con los caballos azabache hicieron su arribo levantando una gran nube de polvo delatando el calor sofocante de hoy. Pero no importa, lo único importante es que ella ya está aquí.

Mi amiga se ve más delgada. Su rostro delataba noches enteras sin dormir, marcadas por la angustia. Mi mente se pone en alerta al imaginar lo que puede haber pasado en su vida. Entonces un recuerdo espantoso llega a mi memoria y hace que la misma Cielo se muestre interesada en el momento. "¿Qué hacemos con la otra?" Había preguntado uno de mis captores refiriéndose a Odeth, "Lo que quieran siempre y cuando no la maten. Necesito que le diga al Duque lo que pasó".

Siento que el estómago se me revuelve, pero trato de suprimir las náuseas. Estoy segura de que alguno de esos desgraciados me tocó estando inconsciente, pero afortunadamente no tengo forma de recordarlo, pero en el caso de Odeth fue diferente. El mensaje de lo que me pasaría fue enviado fuerte y claro a través de su cuerpo.

—Lleven las pertenencias de la señorita a su habitación —ordeno sin apartar la vista de ella—. Nosotras partimos en otro coche. Tenemos mucho que hacer.

Odeth me mira, sorprendida por mi tono firme, por la obediencia que consigo.

—Te lo explicaré en el camino —le susurro.

Subimos al carruaje. Apenas se cierra la puerta, la abrazo con todas mis fuerzas. Ambas lloramos, liberando la angustia que llevamos dentro.

—Me alegra que esté bien, su excelencia —dice ella entre sollozos.

—Cuando estemos solas, llámame Elizabeth. Somos amigas. No más formalidades.

La sonrisa temblorosa de Odeth ilumina su rostro, aún marcado por el cansancio.

—¿A dónde vamos con tanto afán? —pregunta divertida cuando reconoce el mercado del pueblo.

—A gastarnos la fortuna del duque —respondo, disfrutando la sensación de poder decirlo en voz alta.

Durante horas elegimos vestidos, accesorios, pequeños placeres que sentimos como un acto de rebelión y vida. Incluso obligo a Odeth a elegir ropa nueva. Ella protesta débilmente, pero accede, riéndose como una niña traviesa.

Un codazo discreto me saca de mis pensamientos.

—Lo he descubierto ya varias veces mirándola —afirma señalando con los ojos a uno de nuestros escoltas— ¿es nuevo?

Miro con disimulo hacia dónde me indica y efectivamente no recordaba haber visto a ese hombre antes. Tiene muy buen porte como para no haberlo notado antes.

—Sí. Debe ser nuevo. —respondo tratando de contener una sonrisa.

Y entonces... vomito.

—Su excelencia —dice preocupada Odeth en medio de la tienda.

—Me duele el estómago y sigo con náuseas —digo doblada del dolor.

Entonces Cielo ruge en mi interior.

—No sé cómo no se me ocurrió. Esas malditas te enfermaron.

—¿Qué? ¿Quiénes? —le pregunto sin entender a quienes se refieren.

—Apuesto que hasta Lady Catalina debe estar involucrada en esto —sigue gritando en mi mente sin prestarme atención.

—Pediré que suban las cosas al carruaje y alisten todo para volver a la mansión —afirma Odeth tomando el primer paquete, pero entonces Cielo toma el control de mi cuerpo y la frena agarrándola del brazo.

—No vamos a hacer eso. Vamos a tomar una bebida caliente y a planear cómo vamos a devolverles el favor —dice en voz alta a Odeth, para luego seguir hablando solo conmigo — Me alegra sentir que no tienes miedo, sino rabia. Y esa, también puede ser una forma de fuerza. Vamos a aprovecharla.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP