Tras el intrigante almuerzo, nos dirigimos a la sala. Habría seguido disfrutando de tan placentera atmósfera, de no haber sido por Lady Catalina.
Aunque el color de su rostro aún no se había normalizado del todo, fue directamente al piano de cola que hasta hace un momento había asumido era pura decoración. Para mi sorpresa, sus manos se movieron con soltura sobre las teclas, arrancando una melodía lo suficientemente armoniosa como para disipar —en parte— las densas energías que todavía se cernían en el ambiente.
Su marido la observaba con el ceño fruncido, probablemente aun procesando la orden de alcoba emitida por el duque. Mientras tanto, Lorenzo parecía absorto, perdido en algún pensamiento mientras miraba por la ventana.
—Pediré que nos traigan té —le dije al duque antes de desaparecer, envuelta en las notas del improvisado concierto.
Las empleadas me miraron con extrañeza, pero ninguna se atrevió a desafiarme abiertamente.
—Queremos tomar té —les dije a dos jóvenes en la cocina, entregándoles un par de sobres—. Este es para Lord Marcus y su esposa; este otro, para el resto.
Cuando regresaba a la sala, una empleada entraba con la bandeja.
—Yo los reparto, no te preocupes —le dije, tomando la charola con una sonrisa que no admitía réplica.
Conocía bien la coloración de cada infusión: sabía cuáles llevaban el potenciador y cuáles simplemente relajaban. Bastaba un susurro, un par de palabras antiguas pronunciadas con intención, para activar con intensidad sus propiedades. Por supuesto, mi bebida permanecía al margen del encantamiento.
Uno a uno recibieron el té de mis manos. Me miraban con desdén, pero ninguno se atrevió a rechazarlo. Quizás era solo por el placer ilusorio de verme como una mucama temporal. No me importaba.
A mitad del té, se levanta Lady Catalina y pide la palabra.
—Quiero disculparme con la duquesa por mis malas acciones —dice para mi sorpresa— me extralimité tratando de ayudar y cuando la duquesa quiso tomar el control de lo que le corresponde me sentí impotente —sus lágrimas brotaron y mi respeto por ella aumentó, es buena en juegos femeninos, aunque poco creativa para amarrar a un hombre.
Su marido no tardó en seguirle el juego. La abrazó y aseguró que todo estaba resuelto.
—Estoy segura de que no volveremos a tener problemas —le dije, acercándome para tomar su mano.
Puede que, a ojos del duque, solo fuéramos dos mujeres reconciliadas. Pero ella y yo sabíamos la verdad. Y sospecho que los otros dos hombres también.
—Me alegra que todo terminara bien —dijo el duque—. Tal vez por la tensión del momento, pero estoy agotado. ¿Subimos, querida?
—Sube tú primero. Tengo que hablar con Lord Lorenzo... sobre la misión que me encomendaste —le respondí en tono dulce.
Él ascendió y se marchó, llevándose a Lord Marcus ya su esposa. No sin recordarles delante de mí, con una sonrisa cargada de intención, que esa noche debían comenzar la fabricación del nieto.
—Continúo aquí —dijo Lorenzo desde su silla—. Deberías al menos fingir que no lo disfrutas tanto.
—¿Y para qué ocultarlo contigo? —replique, una vez solos—. Creo que tú y yo podríamos ser grandes aliados.
Levantó las cejas, sorprendido, y luego soltó una risa baja. Era el momento de comprobar mi teoría.
—Ya que estamos solos, podemos hablar de forma más... íntima —dije, sentándome a su lado en el sofá.
Su sonrisa se congeló cuando mis dedos rozaron su brazo. Me incliné, dejando a la vista un escote cuidadosamente calculado mientras acomodaba el nudo de su corbata azul.
—¿Q-qué crees que haces? —preguntó, tartamudeando.
—Solo ajusta tu corbata... a menos que quieras algo más.
Lorenzo era un hombre alto, robusto y pulcro hasta el exceso. Desde el inicio me pareció extraño que el hermano mayor no se hubiera casado aún, pero cuando la amante de Marcus casi dejó al descubierto sus exuberantes pechos sin provocar en él ni un pestañeo... lo comprendí todo.
Este hombre es gay.
—No hay forma de que quiera algo así contigo. Eres la mujer de mi padre —dijo, apartándose.
—Lo entiendo. Tal vez no soy tu tipo. Pero en ese caso, necesito saber qué tipo de mujer prefieres... para ayudarte a encontrarla —le respondí, con fingida inocencia.
Estoy esperando el reproche de mi actuar por parte de la duquesa, pero nada. En mi cabeza hay silencio total. Está durmiendo y aunque me sorprende, no me disgusta, pues sin ella prestando atención puedo ser más libre en mí actuar.
Me acerqué una vez más. Entonces, él se puso de pie.
—¿No te gustan las blancas como yo? ¿Prefieres trigueñas, de cabello oscuro? ¿De busto discreto como Lady Catalina? ¿Refinadas? ¿Salvajes?
Me levanté con calma, acercándome hasta su oído.
— ¿O una que te permita compartirte con otros hombres?
La cara de espanto que pone no me da tiempo a cubrir mi rostro con el abanico. Mi sonrisa llega antes que el movimiento de mi mano.
— ¿Qué clase de locuras dices? ¡Soy un hombre!
Aunque no lo crea, entiendo su situación y me compadezco. Si en mi mundo no siempre eran bien vistas las parejas del mismo sexo, en este me atrevo a suponer que la situación es mucho peor.
—No pienso exponerte, incluso hasta te ayudaré a tapar ese "problema" social, pero a cambio vas a dejar de hacerle comentarios tontos a la duquesa para hacerla sentir mal.
Examiné las memorias de la duquesa con respecto a este hombre y todo al respecto eran tonterías. Malas miradas, insinuaciones de lo interesada que es ella y su familia, pero nada alarmante como lo que hace el menor y su esposa. Este hombre no maneja los negocios del duque, sino que invirtió y tiene sus propios negocios.
—¿Por qué hablas de ti en tercera persona? —pregunta asustado.
—Eso no importa. Lo que importa es que te conviene más tenerme de amiga que de enemiga. Y yo... puedo ser la solución a tus problemas.
Estoy convencida de que, incluso en este mundo, existen formas diversas de amar. En algún lugar debe de haber una mujer y un hombre dispuestos a compartir un techo, un apellido... y un pacto. Lorenzo puede tenerlo todo, si se atreve a jugar bien sus cartas.
—Eres un demonio —murmuró.
—No, querido. Los demonios son feos. Yo soy... una bruja y esta bruja puede hacer que hasta hijos tengas.
No cree en mis palabras, pero no importa, tengo formas para demostrarle que sé de qué estoy hablando.
—Te enseñaré un concepto nuevo, se llama poliamor.
—No quiero que me toques —murmuro apenas cruzamos el umbral de la habitación.Su respuesta es una risa seca, tan cruel como el filo de una daga bien afilada.—¿Crees qué deseo tocarte? Tampoco esto es un deleite para mí, pero la orden ha sido dada... y se cumplirá.Comienza a desabotonar su camisa con una lentitud irritante, mientras el cinturón cae con un chasquido grave. Sin querer, mis ojos se deslizan hacia su entrepierna. Está parcialmente erecto. ¿Cómo es posible? ¿Esta grotesca situación lo excita?Soy yo quien ríe esta vez, con un tono amargo, casi histérico.—¿Esa erección es por complacerlo a él? ¿O estás pensando en los pechos de esa sirvienta a la que tanto proteges? —pregunto, sintiendo que las lágrimas vuelven a arderme detrás de los ojos.—¿Y qué importa?Sus pantalones, junto con la ropa interior, caen al suelo. Se queda allí, con la camisa a medio poner, revelando su cuerpo sin pudor alguno. Un temblor me recorre antes incluso de que me toque. Nunca antes lo había vist
—¿Y si cambiamos el té por un vino? —pregunto mientras extiendo una copa llena de un exquisito Cabernet Sauvignon—. Tu padre guarda verdaderas joyas en la cava.Él acepta la copa sin protestar, con un gesto que mezcla curiosidad y algo más... ¿Expectación?—Quiero que la mires —le indico mientras me acomodo a su lado—. No te alejes. Tranquilo... ya sé que entre nosotros no habrá nada.Hay temor en sus ojos, pero también esa chispa, el anhelo de alguien que aún no sabe cómo confiar, pero quiere hacerlo. Debo admitirlo: en mi mundo tenía muchos amigos homosexuales, y los extraño profundamente. Siempre fueron mejores amigas que muchas mujeres. Más leales. Más libres.Mis palabras inician el conjuro sin perder de vista el vino que ahora será la pantalla que mostrará a este hombre la escena recuerdo que se dibuja en mi cabeza.Lamo lentamente la yema de mi anular, invocando energía, y la sumerjo con delicadeza en el vino sin interrumpir el encantamiento. Luego, ese mismo dedo danza por el b
Avanzo y el mundo parece moverse de forma vertiginosa. No tengo idea de dónde está mi musa, pero mi esencia lo busca y encuentra. Aparezco en una habitación amplia en la cual está dispuesta sobre la cama, sus ropas de dormir. Mi mirada se desliza por el espacio con anhelo: debe estar cerca.Una puerta abierta revela lo que intuyo es el baño. Me acerco en silencio y entonces lo veo, reflejado en el espejo. Me detengo, sin atreverme a avanzar. No quiero sobresaltarlo. Podría ser peligroso interrumpirlo en medio de... eso.Tiene el rostro cubierto de espuma, y en su mano una navaja antigua, afilada y elegante.Se está afeitando, de esa forma arcaica que solo había visto en viejas películas o en caricaturas de otro tiempo. Observa su propio reflejo con una concentración casi ritual. Desliza la cuchilla con precisión sobre su piel, sin lastimar su piel, y luego limpia el filo con un paño antes de repetir el movimiento.Debo admitirlo: es hipnótico.Ese acto íntimo, tan masculino, tan coti
Hace días no estaba sola en mi cabeza. El silencio que antes me parecía normal, ahora se siente monótono. He dormido mucho en el interior, así que, pese al cansancio de este cuerpo, no quiero seguirlo haciendo aquí. Por eso me pongo una bata y salgo de la habitación para buscar aire fresco en el jardín.Es de noche, así que ya no hay nadie rondando por la casa. El cielo está despejado y las estrellas tapizan aquel lienzo gigante, haciéndome sentir pequeña, casi insignificante. Me acomodo en una banca y pienso en lo vivido en estos últimos días.Caos. Esa palabra describe mi vida en este momento, pero, a la vez, nunca me había sentido más viva, más motivada, más libre. Antes de casarme y del revés económico de mi padre, creí tener una gran vida, pero ahora sé que fue solo una ilusión. Anteriormente mi mundo era dorado, sí, pero estaba hecho de barrotes y no lo sabía. Ahora el mundo es oscuro y abierto... y me asusta, pero también me emocionaNunca elegí nada importante en mi vida. Mi ex
Por primera vez puedo tomar a voluntad el control del cuerpo de la duquesa. Tal vez mi energía mágica ha alcanzado un nuevo umbral. Tal vez no. Lo que sé —con certeza— es que no pienso darle a esas mujeres el espectáculo de una duquesa derrotada.—¿Hay algún sitio donde podamos tomar algo caliente? —pregunto a Odeth, manteniendo el porte digno, aunque por dentro esté a un parpadeo del colapso.—Sí, hay una fuente de refrescos cerca. También sirven infusiones. Esos lugares están de moda últimamente —responde, lanzándome una mirada que mezcla sorpresa y una pizca de genuina admiración.—Perfecto. Vamos allí.Cada paso es una punzada de fuego en el vientre, una traición del cuerpo que no me permito mostrar. Me sostengo erguida, como esperan de una duquesa, incluso cuando por dentro cada fibra clama por rendirse.Apenas subimos al carruaje, conjuro un discreto hechizo de insonorización. Nadie más debe saber lo que ocurre. Solo entonces permito que el cuerpo haga lo que suplicaba: vomitar,
La situación es ilógica. Inmoral. Y, aun así, no puedo dejar de pensar en esa mujer: Cielo.Sé que mis opciones deberían ser solo dos: o ignorar lo que sea que fluye entre nosotros y devolverla a su marido o simplemente terminar con su existencia.Es una bruja. Aunque no sabía de su existencia, lo más razonable sería pensar que es tan peligrosa o más que un licántropo. Lo sensato habría sido destruirla en cuanto la descubrí conjurando junto al lago. Pero no pude. Algo me detuvo. Una fuerza invisible que no logro entender... una conexión que me frustra, me intriga... me retiene.No debí desearla, no debí tocarla, porque en el momento en que mi piel rozó la suya y mis labios probaron los suyos, firmé mi sentencia.—Voy a resolver los problemas de la duquesa en un mes —dijo con firmeza, observándome con intensidad—. Y después... vendré por ti.Esas fueron sus palabras y no pude evitar sentir que algo dentro de mí se agitaba con una intensidad que nunca creí posible. Ahí estaba la ferocida
Las miradas de recelo me siguen como sombras por toda la mansión. Y me encanta.Ahora corre por los pasillos como fuego entre paredes el rumor de que manejo al duque con el dedo meñique. No están tan equivocados.El duque volvió a salir a trabajar, no sin recordarle de forma grotesca a su hijo que debe encerrarse en la habitación y hacerle el amor a su esposa de forma tan fuerte que su semilla llegue muy profundo en ella y pueda germinar. Su nieto debe ser la prioridad. Casi suelto una carcajada al escuchar las palabras tan sucias que eligió y el efecto tan jocoso que generaron en el rostro de lady Catalina.Me pregunto, ¿por qué se pone así ella? A estas alturas ya debería estar acostumbrada a la forma sucia en que habla el viejo.La otra opción que se me ocurre es que aún piense en el sexo como tabú, pero ya llevan más de dos años de vida marital, así que no debería ser eso. Aunque Lord Marcus tenga una o muchas amantes, no creo que se atreva a tener desatendida a su esposa. Si los p
Decidimos instalarnos en el balcón de mi habitación para evitar que nuestra conversación se filtrara. Colocamos una pequeña mesa de té con una charola repleta de quesos y carne seca para acompañar el vino que seleccionamos. Cielo me aseguró que esa combinación era perfecta para potenciar los sabores, y no se equivocaba. Todo se apreciaba mejor.Nunca he sido buena con los licores, pero si lo vivido en estos días no amerita una copa, entonces ninguna ocasión lo haría.El cielo estaba nublado, y el viento fresco sugería que pronto llovería. Al principio hablamos de temas sin demasiada importancia, rodeando con delicadeza lo que en verdad queríamos decir. Pero a medida que se acercaba el descorche de la segunda botella, el valor comenzaba a brotar. Ambas lo necesitábamos. Ambas cargábamos heridas.Odeth jugaba nerviosamente con su copa, tomándola por el cuello y haciéndola girar entre sus dedos, sin apartar la vista de ella. Tomé la nueva botella y llené su copa con cuidado.—Cuando se ce