El despacho de Adrian estaba iluminado por la tenue luz de la ciudad que se filtraba a través del ventanal. Afuera, la tormenta que había amenazado todo el día finalmente cedía, dejando solo gotas de lluvia esparcidas sobre el cristal, como si el mundo mismo contuviera el aliento.
Valeria permanecía de pie, con el contrato en la mano. La carpeta que había definido su relación con Adrian durante meses ahora pesaba más que nunca. No por la tinta o el papel, sino por lo que representaba: decisiones, riesgos, control y promesas no dichas. Su corazón latía con fuerza, consciente de que lo que estaba a punto de hacer cambiaría todo.
—He pensado —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. No puedo seguir siendo una pieza que se mueve solo por tu conveniencia.
Adrian la observó. Sus ojos grises brillaban con intensidad. Había tensión contenida, pero también un peligro latente, como si un mal movimiento pudiera desencadenar una explosión que nadie controlaría.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, con