El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Valeria y Adrian salieron del despacho principal. La ciudad estaba sumida en un silencio pesado, solo interrumpido por la lluvia fina que golpeaba los ventanales del edificio. Todo parecía tranquilo, pero ellos sabían que la calma era apenas una ilusión.
—No podemos esperar más —dijo Adrian, ajustándose la chaqueta—. Él sabe que estas conmigo, y eso lo hace peligroso. Más de lo que imagina.
Valeria lo observó mientras caminaban por los pasillos desiertos. Sus pasos resonaban, como un recordatorio de que cada movimiento estaba calculado, cada decisión podía costarles caro.
—Entonces, ¿qué propones? —preguntó ella, controlando el temblor que sentía en el estómago—. No podemos simplemente esperar a que ataque.
Adrian respiró hondo. Sus ojos grises brillaban con una mezcla de determinación y… otra cosa que Valeria no terminaba de identificar. Deseo, posesión, miedo. Todo a la vez.
—Vamos a enfrentarlo —dijo finalmente—. No solo para protege