El silencio en la oficina privada era distinto esa noche.
No era tenso.
Era expectante.
Valeria permanecía de pie frente al ventanal, observando la ciudad iluminada, mientras Adrian cerraba el último archivo en la tableta. Él no la miraba… todavía.
—Eso es todo —dijo al fin—. No hay más archivos ocultos. No hay más nombres tachados. No hay más versiones manipuladas.
Valeria no se giró.
—¿Y ahora? —preguntó—. ¿Eso es lo que llamas “mostrarme todo”?
Adrian se levantó lentamente.
—Ahora viene la parte que no está en ningún documento.
Eso hizo que ella se girara.
Sus miradas chocaron con una intensidad incómoda.
—Habla —exigió Valeria.
Adrian dio dos pasos hacia ella.
—Hace años —comenzó—, cuando te enfrentaste a ese consejo, cuando hablaste sin permiso, sin miedo… te convertiste en un problema.
—Eso ya lo sé.
—No —replicó él—. Te convertiste en mi problema.
Valeria frunció el ceño.
—¿Porque te desafié?
—Porque nadie lo hacía —respondió con dureza—. Y porque, aun sabiend