La noche caía sobre la ciudad como un manto de terciopelo negro. Eva se detuvo frente al espejo del baño, con las manos aferradas al lavabo. Las venas de sus muñecas parecían más oscuras, como si la sangre que corría por ellas hubiera cambiado su composición. Levantó la mirada y observó su reflejo: sus ojos, antes de un castaño cálido, ahora tenían destellos ámbar que aparecían y desaparecían según la luz.
—¿Quién eres? —susurró a su reflejo.
Somos una, respondió una voz en su cabeza. Siempre lo hemos sido.
Eva cerró los ojos con fuerza. La presencia de la bruja se había vuelto más fuerte desde el último beso con Lucian. Ya no era un eco distante, sino una compañera constante, una sombra que se movía bajo su piel.
El sonido de su teléfono la sacó de su trance. Era un mensaje de Marta: "¿Has visto las noticias? Tres personas encontradas muertas en el parque. Sin marcas, sin explicación. Como si la vida hubiera sido succionada de sus cuerpos."
Eva sintió un escalofrío recorrer su espald