Después de un mes y medio, por fin me dejaron salir de las lavanderías. Durante esos días, para mi sorpresa, la curandera anciana fue a verme un par de veces. Nunca decía mucho —solo revisaba mis manos, mi espalda y mis muñecas con ese gesto áspero que tenía—, pero aun así era extraño que se tomara la molestia de buscarme. Pensé que quizá era gracias al beta Rod; después de todo, él era el único que parecía tener algún interés en que yo no terminara rota del todo. No sabía si debía agradecerlo o temerlo.
La noche era fría, pero cada bocanada de aire libre era un tesoro después de tanto tiempo respirando humedad, jabón y encierro. Caminé directo a la pequeña casa de campaña que compartía con mi abuelo.
Al verme, sus ojos se abrieron con alarma, pero no pronunció palabra alguna. Solo se levantó de inmediato y comenzó a preparar la bañera de madera que él mismo había tallado para mí años atrás.
Mientras el vapor llenaba el espacio, un recuerdo me envolvió…
Hacía mucho, cuando mis días co