Luna
La luz del amanecer se filtraba por la ventana, dibujando patrones dorados sobre la piel de Luna. Llevaba horas despierta, observando cómo el cielo pasaba del negro profundo al azul pálido. A su lado, Zane dormía con una tranquilidad que pocas veces mostraba estando despierto. Su respiración acompasada era como una melodía que la anclaba a este nuevo presente que aún le parecía irreal.
Luna extendió su mano y rozó suavemente el rostro del Alfa, delineando con la punta de sus dedos la cicatriz que cruzaba su mejilla. Cada marca en su piel contaba una historia de supervivencia, de batallas ganadas y perdidas. Ahora ella formaba parte de esa historia, aunque todavía sentía que flotaba entre dos mundos: el que había dejado atrás y este nuevo que apenas comenzaba a construir.
—Puedo sentir tus pensamientos desde aquí —murmuró Zane sin abrir los ojos, su voz ronca por el sueño—. Son tan ruidosos que me han despertado.
Luna sonrió, retirando su mano.
—Lo siento. No era mi intención.
Zan