Luna
El amanecer pintaba el cielo con tonalidades doradas y rosáceas mientras Luna contemplaba el vasto territorio desde lo alto de la colina. A su lado, Zane permanecía en silencio, su imponente figura recortada contra el horizonte. Habían pasado seis meses desde que derrotaron a la coalición de manadas enemigas, seis meses de reconstrucción, de sanación, de amor.
Luna respiró profundamente, dejando que el aire fresco de la mañana llenara sus pulmones. Su cabello, ahora más largo, ondeaba con la suave brisa. Ya no era aquella loba herida que había huido de su manada tras el rechazo de quien creía su destinado. Ahora era Luna, la Luna Alfa, compañera del lobo más temido y, paradójicamente, del hombre más amoroso que había conocido.
—¿En qué piensas? —preguntó Zane, sus ojos dorados fijos en ella con esa intensidad que aún le provocaba escalofríos.
—En nosotros —respondió ella con una sonrisa—. En cómo el destino tiene formas extrañas de llevarnos exactamente donde debemos estar.
Zane