Zane
El amanecer se filtraba entre las cortinas de la habitación principal, dibujando patrones dorados sobre la piel desnuda de Luna. Zane la observaba dormir, maravillado por la paz que irradiaba su rostro. Había pasado la noche entera velando su sueño, incapaz de cerrar los ojos por temor a que todo fuera un sueño.
La batalla había terminado. Las amenazas externas habían sido neutralizadas. Y sin embargo, la verdadera batalla, la que había librado en su interior durante tanto tiempo, apenas comenzaba a resolverse.
Con delicadeza, apartó un mechón de cabello del rostro de Luna. Ella se removió ligeramente, pero continuó durmiendo. Zane sonrió. Jamás habría imaginado que encontraría tanta paz en la simple contemplación de otro ser.
—Toda mi vida —susurró, sabiendo que ella no podía escucharlo—, creí que la fuerza residía en la soledad. En no necesitar a nadie.
Se levantó con cuidado de no despertarla y caminó hacia la ventana. El territorio se extendía ante él, bañado por la luz del n