Zane
El silencio en la habitación era ensordecedor. Zane permanecía inmóvil frente a la ventana de su despacho, contemplando el territorio que se extendía ante él. La luna, casi llena, bañaba el bosque con su luz plateada, creando sombras que danzaban entre los árboles. Pero sus ojos no veían realmente el paisaje. Su mente estaba con ella, con Luna.
Habían pasado apenas unas horas desde que ella había partido con Aria, y ya sentía un vacío en el pecho que no podía explicar. La conexión que habían formado era más fuerte de lo que jamás hubiera imaginado. Cada minuto que pasaba sin saber de ella era una tortura.
—Maldita sea —murmuró, golpeando el marco de la ventana con el puño.
El dolor físico era bienvenido, una distracción momentánea del tormento que sentía por dentro. ¿Cómo había permitido que esto sucediera? ¿Cómo había dejado que alguien se convirtiera en su debilidad?
Se alejó de la ventana y se sirvió un vaso de whisky. El líquido ámbar brilló bajo la luz tenue de la lámpara. L