Zane
La noche había caído sobre el territorio de Zane, y con ella, un silencio que parecía envolver cada rincón del bosque. La luna, casi llena, proyectaba su luz plateada a través de los ventanales de la habitación principal, dibujando sombras alargadas sobre el suelo de madera.
Zane permanecía de pie junto a la ventana, observando el horizonte con la mirada perdida. Sus hombros, habitualmente erguidos en una postura dominante, parecían ahora cargados con un peso invisible. Luna lo observaba desde la cama, envuelta en una manta, sintiendo cómo el vínculo entre ellos palpitaba con una intensidad diferente esta noche. No era deseo lo que fluía entre ellos, sino algo más profundo, más doloroso.
—Puedo sentir tus pensamientos desde aquí —murmuró Luna, rompiendo el silencio—. Son como nubes de tormenta.
Zane giró levemente la cabeza, el perfil de su rostro recortado contra la luz de la luna. Sus ojos brillaban con un destello que Luna no había visto antes.
—Hay días en que el pasado pesa