CAPÍTULO 96: EL ECO DE ETHAN
Rodrigo
El kilómetro treinta y dos de la vía vieja no tiene nada de especial. Un desvío de tierra, maleza baja y postes con pintura comida por el sol. A la derecha, un claro donde antes debió haber un sembrío; a la izquierda, una fila de eucaliptos que suena como papel cuando sopla el viento. Llego primero que Criminalística. Detengo el auto antes de las cintas naranjas que un patrullero ya ha desplegado a medias y apago el motor. Me gusta escuchar el lugar sin el ruido del coche, como si el terreno tuviera su propio pulso.
El vehículo está allí, mitad sobre pasto, mitad en grava: un sedán gris con las placas que llevo dos días repitiéndome de memoria, son las placas de Ethan.
Me pongo los guantes. No necesito más de un vistazo para saber que algo no encaja: no hay señales de accidente, ni de robo. Solo rastros de lucha y una mancha seca en la puerta que no deja dudas, es sangre.
Abren el maletero, pero no hay cuerpo. Solo una mochila con documentos de Eth