CAPÍTULO 97: LA CONFESIÓN DEL HERIDO
Elena
El teléfono vibra de nuevo sobre la mesa, rompiendo el silencio de la madrugada. Por un instante pienso que lo imaginé, que es el eco del susto anterior, esa llamada cortada que me dejó temblando durante horas, pero no. El número vuelve a aparecer: “desconocido”.
Siento que la sangre me abandona las manos.
—¿Rodrigo? —susurro al vacío, pero no es él. Respiro hondo y vuelvo a hablar.
—¿Hola?
Se escucha un ruido metálico, el murmullo de pasos, y entonces la voz, quebrada, débil, pero inconfundible.
—Elena… soy yo.
Mi corazón se detiene.
—¿Ethan? ¿Dónde estás?
—Clínica… privada… calle San Jerónimo… —la voz se corta, tose, suena ahogada—. No confíes… en ellas.
—¿Quiénes? ¡Ethan! —grito, pero ya no responde.
El silencio se vuelve insoportable.
Miro el reloj, apenas las seis de la mañana. Tomo las llaves con manos temblorosas y marco el número de Rodrigo. Contesta a la tercera llamada, con voz ronca de sueño.
—¿Elena? ¿Qué pasa?
—Volvió a llamar. E