El camino al aeropuerto se hizo eterno, a pesar de que Iván conducía más veloz de lo usual. Me mordía las uñas sin parar. La ciudad desfilaba tras la ventana como si todo fuera un simple destello. El silencio solo lo rompía él, sus nudillos lucían blancos por la presión ejercida al volante.
—Perdóname, Fel, de verdad. No debí dejarte sola en el club, fui un imbécil, yo debía estar ahí…
Era la enésima disculpa, casi calcada a las anteriores y no podía importarme menos.
No lo escuchaba. O no quería. Tenía la cabeza fija en otra cosa: mamá, Alonso… ¿qué diablos pasó?
Cuando lo interrumpí, mi voz fue más aguda de lo que esperaba:
—¿Qué te dijo exactamente mamá sobre Alonso?
Iván parpadeó y tragó saliva sin apartar la vista del camino.
—Nada más que era urgente. Que teníamos que recogerla, y ya.
—¡No me mientas! —repliqué, alterada—. ¿Qué me ocultas?
—¡Nada! —Su voz subió medio tono, nerviosa—. Te juro que no sé nada, nena.
Me giré hacia la ventana de nuevo, mordiéndome los labios hasta qu