Abrí los ojos, confundida y desorientada. El olor aséptico me obligó a arrugar la nariz, y un bip constante terminó de ubicarme: estaba en una sala de emergencias. El aparatito mordiendo mi dedo lo confirmó, también la manguera transparente que subía hasta una bolsa de suero.
—¿Otra vez? —me dije en voz baja.
—Bonita, debes encontrar una forma distinta de llamar mi atención.
Giré la cabeza y ahí estaba Kevin, apartando la cortina con una sonrisa amable.
—Tonto… ¿Qué me pasó? —pregunté, con la garganta seca.
—Dímelo tú. Mi hermano estaba aquí cuando te ingresaron y me avisó enseguida.
Sonreí débilmente e intenté incorporarme. Él se apresuró a ayudarme. Esa mezcla de ternura y disciplina lo hacía ver muy seguro.
—¿No te trae recuerdos de hace unos ocho años atrás? —susurró.
Una risita se me escapó.
—Ni me lo recuerdes… Parecía una morsa, toda hinchada.
Kevin rio mientras me chequeaba con sus manos firmes.
—Una morsa muy bonita —respondió.
Me ardió la cara.
—Bueno —añadió tras un suspiro