Ezequiel
La manada entera parecía respirar distinto desde la muerte de mi madre.
El aire del territorio se sentía espeso, cargado de una atención que no encontraba salida y se quedaba suspendida entre las casas, los árboles y el suelo que conocía tantas historias.
Nadie hablaba en voz alta, nadie caminaba con seguridad, nadie se atrevía a mirar al futuro sin que la sombra de su ausencia se metiera en medio.
La Luna de esta manada había caído, y lo había hecho de un modo que dejó a todos mirando hacia el mismo punto: Lois.
Los rumores corrían sin freno. Los escuchaba cada vez que salía del hospital para ducharme rápido o cuando algún guerrero pasaba por el pasillo creyendo que yo no estaba prestando atención. Todos repetían lo mismo, con palabras distintas, pero con la misma convicción: que Lois había estado allí, que había acudido al templo con mi madre, que algo había pasado en ese lugar sellado y que ella había salido viva mientras las demás Lunas no.
No solo fue la Luna de esta man