Dos Alphas para mí
Dos Alphas para mí
Por: Maye Lyn
Prólogo

Despertar cada día y pensar que el resto de mis días solo sería una Omega, me llenaba de desanimo, sumándole eso a mi enfermedad, nada pintaba muy bien.

Hace una semana cumplí los veinte años.

Habían tres cosas malas en mi vida.

La primera, ¡seguía siendo virgen!

La segunda, ¡encontré a mi pareja a los dieciocho! Pero esta me rechazó al ver que yo solo era una Omega. Y no lo culpo, estaba sirviendo las comidas a los hijos de los Betas cuando él sintió mi olor, luego de ser un invitado especial de la manada, y sí, al verme me rechazó y salió huyendo, lo que reducía bastante mis posibilidades de poder salir de la manada, porque como estudiante tampoco pude conseguir una beca e irme a estudiar fuera.

Varios meses delicada de salud me prohibieron esforzarme al máximo con mis estudios.

La tercera, quizás más importante. Nací con una condición “especial”, como la llamaban de vez en cuando cada vez que tenía que tratarme, había que hacerme transfusiones de sangre cada tres meses, lo que costaba dinero, mis padres solo trabajan para llegar a ese día, el dinero para las transfusiones.

Más que nada porque mi tipo de sangre era extremadamente extraño.

Ser omega no ayuda mucho.  

Pero…podían cambiar algunas cosas.

Viviana, la hija menor del Alfa, era mi amiga, nos conocíamos desde pequeña, mi madre era su niñera, así que nos hicimos amigas, a pesar de que ella tenía dos años más que yo. Ella decidió hacer una especialidad en su carrera al otro lado del país y le pidió a su padre, el Alfa Joseph, que quería llevarse una acompañante, como no conocería a nadie, para sus tiempos libres y todo, no estar aburrida.

Más que nada era una excusa para ayudarme.

¡El Alfa aceptó luego de muchas súplicas de su parte!

Pagarían todos mis gastos de viaje y estancia, mientras yo servía a Viviana para lo que sea que ella necesitara.

Ahora, tocaba despedirme de mis padres, lo que me rompía el alma, porque ellos estaban muy preocupados, querían decirle al Alfa que no me dejara ir, pero se olvidaban de algo.

¡Yo no era una niña!

¡Tenía veinte años!

Necesitaba conocer el mundo y Viviana me estaba dando la oportunidad de salir de aquí.

Iría a una universidad, solo como su ayudante, ¡pero iría!

Sé que lo que más le asustaba a ellos, no solo eran mis transfusiones, sino que era una omega y el mundo era muy cruel con los omegas.

—Papá, Viviana no dejará que me pase nada. Díselo, mamá.—los abracé a ambos, llorando con ellos, pero muy feliz por dentro. Mi maleta estaba hecha y la emoción solo iba en aumento.

¡Saldría de aquí!

—Estamos listos.—dijo el Alfa Joseph detrás de nosotros, tomó mi mano y me llevó lejos de mis padres, apoyó su fuerte mano en mi hombro, quemando mi piel y esos ojos negros me miraron con intensidad.—Si dejas que le pase algo a Viviana…—Su pequeña Viviana.—Primero haré trizas a los tuyos, por último a ti, Lois. Serás su cordura, no dejes que su energía te abrume. ¡Contrólala! Una universidad llena de…¡lobos calientes! ¡No quiero ni pensarlo!—de pronto se vio muy preocupado, pero más que su seguridad, le mortificaba el rumbo que tomara la vida sexual de su hija. Pero ella también era una adulta, ¿no? A esa edad se hace ese tipo de cosas, más cuando eres bella, fuerte y la hija de un Alfa, te llueven los pretendientes y puedes rechazar, aceptar, enamorarte de quien desees. Viviana tenía un destino muy bueno, favorable a ella.—Recuerda, Lois, eres su cordura. No dejes que se aloque. Amenázala con contarme, ¿te queda claro?

Aquel nudo se formó en mi garganta cuando él colocó de nuevo sus manos pesadas en mis hombros.

—Si, Alfa Joseph. Cuidaré de Viviana. Seré su cordura.—acepté. No dejaría que su energía abrumadora me enloqueciera también.

Mi viaje con Viviana dio inicios, pero en aquel tren…lo primero que Viviana hizo fue cambiar de habitación compartida con un chico de al lado que se había encontrado en el pasillo, camino al restaurante.

Me dejó…sola.

Solo tomó sus cosas y me dijo que ahora vendrían los que estaban en la otra habitación.

¿Los? ¿Eran varios? ¿Eran chicos?

Recogí todas mis cosas, me cambié el pijama por una ropa y me metí a la cama con las luces apagadas. Para que cuando llegaran creyeran que yo dormía.

Solo habían dos camas, si ellos eran varios pues que la compartieran.

Solo rogaba que no fueran Alfas, ni Betas.

Nunca había tenido mucho contacto con personas fuera de la manada y mi corazón retumbaba cuando aquella puerta se abrió.

Sentí que me desmayaba al encender la luz y luego…

¡Dios mío!

Eran unos gemelos que estaban como para chuparse los dedos.

Apreté mis ojos con fuerza y de poco deslicé la sábana sobre mi cabeza.

—La rubia dijo que su compañera se llamaba Lois, ¿no?

—¡Lois!—me llamó el otro. No sé cuál de los dos quitó la sábana de la cama, dejándome al descubierto, pero ambos saltaron a la cama, mientras mi nariz me dejaba reconocer que ambos…eran Alfas.—Lois…—ronroneó el de la derecha—¿Quieres divertirte?

—T-Tengo sueño.—mascullé, temblando como todo un animalito asustado.—Quiero dormir.

—Fuera hay una gran fiesta, ¿no quieres ir?

¿Fiesta? Jamás había ido a una fiesta y no tenía ropa de fiesta.

—L-Lo siento, de verdad, estoy cansada.

—¡Arriba!—ordenó el de la izquierda, era la única manera de distinguirlos, vestían igual, hablaban igual y eran idénticos.

—Por favor…deseo quedarme aquí.—dije nuevamente, pero mis deseos para ellos eran nada.

Me obligaron a ponerme algo mejor de ropa, pero al ver que yo solo traía harapos, uno de ellos salió y en minutos regresó con ropa para mí. Por suerte me dieron privacidad para vestirme y después, me vi saliendo de la habitación con ellos a ambos lados de mi, camino a una fiesta.

¿Esto era real?

¿Cuánto se supone que iba a tardar en llegar este tren?

¡¿Estas cosas se hacían en un tren?!

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