Cuando la vida de Lois comienza a ir mejor, luego de muchos trancazos, descubre que ha encontrado a su pareja. ¿Otra vez? Solo que había un problema. Siendo una loba de apenas veinte años de edad, recién cumplidos, no podía lidiar con que tenía dos mates. ¡Y Alfas! Emmanuel y Ezequiel estaban dispuestos a convencerla de que no debía rechazarlos. ¿Podrían los gemelos Alfas persuadirla de eso? Entre la vida universitaria rodeada de Alfas y Betas, Lois se enfrenta día a día a múltiples desafíos, pero sus compañeros Alfas siempre estarán a su lado para ayudarla a sobrepasarlos. Su futuro como Luna en una gran manada se nota cada vez más cercano. ¿Podrá Lois estar a la altura de lo que espera de ella?
Leer másLOISNunca me habían llevado de compras. Nunca me habían llevado a ningún sitio con tanta intención.—Queremos que esta noche estés perfecta —dijo Emmanuel al oído mientras bajábamos las escaleras.—No porque lo necesites —añadió Ezequiel—, sino porque lo mereces.Montamos en una de esas camionetas largas que apenas había visto de lejos. Brillaba como si acabara de salir del taller, y los asientos olían a cuero nuevo. Durante el trayecto, Emmanuel me acariciaba los dedos mientras Ezequiel hacía listas mentales de lo que debíamos buscar: un vestido de gala, zapatos a juego, algo para el cabello, pendientes, maquillaje. Me sorprendía lo metido que estaba en ello.Llegamos a una zona comercial que no era como las que conocía. Estaba dentro del territorio lobuno, diseñada con un gusto exquisito, entre árboles altos, fuentes modernas y luces tenues que salían del suelo. Había escaparates con vestidos largos, trajes de hombre, zapatos de diseñador y joyerías. No había ruido. Solo música sua
LOISEl vestido era simple, de tela ligera, con flores pequeñas bordadas en tonos crema y dorado. Caía hasta mis rodillas, suelto, casi etéreo, como si no estuviera hecho para esta tierra sino para un sueño, era hermoso, el vestido más bello que había tenido en toda mi vida.Emmanuel lo dejó sobre mi cama sin decir nada, y Ezequiel fue quien recogió mi cabello en una trenza alta que no me apretaba. Ninguno de los dos me explicó a dónde íbamos, solo tomaron mis manos y me sacaron al exterior.La luz era cálida. No como la del sol del mediodía, sino como la de las horas previas al ocaso, cuando todo parece más suave, más dorado.El aire olía a hierbas y a fuego controlado, como si en algún rincón lejano alguien estuviera preparando té y pan. Sentí una punzada en el pecho. Era demasiado bonito.Caminábamos por un sendero de piedra pulida que serpenteaba entre casas amplias, de madera y piedra volcánica, con techos en forma de alas extendidas. La arquitectura no era agresiva, pero imponía
THORNEAún me retumbaban las palabras de Emmanuel en la cabeza.“Lois será presentada como pareja de los alfas.”No de un alfa. De los alfas. Plural. Como si eso fuera normal. Como si compartir a una omega no fuera suficiente deshonra, ahora también querían exponerlo al mundo como si fuera motivo de orgullo.Estos niños iban a acabar con mi cordura. Lástima que a golpes no parece que puedan entender nada.No dije nada frente a Valyerek. No era el lugar. No era el momento. Pero por dentro, hervía.El refugio era estrecho, improvisado, y apestaba a decisiones mal tomadas. No era un castillo. Era un exilio con techo.Caminé hasta la torre más alta, donde sabía que estaría Morgana. Tenía que decírselo antes de que lo oyera de labios ajenos. Ella tenía derecho a saber qué clase de hijos habíamos criado.Empujé la puerta sin golpear.—Nuestros hijos han perdido la razón —dije apenas crucé el umbral.Ella estaba sentada en la ventana, el cabello suelto cayendo por su espalda, con la misma ca
La sala de consejo olía a ceniza y piedra antigua. No quedaba rastro del antiguo esplendor del castillo; las paredes estaban ennegrecidas por el fuego, las vigas remendadas y las ventanas cubiertas con pieles gruesas. En el centro, una mesa improvisada, armada con tablones cruzados sobre bloques de piedra, se alzaba como símbolo de la resistencia. La tensión en el aire era densa, tangible, y cada uno de los presentes parecía cargar con su propio arsenal de palabras afiladas.Thorne ocupaba el extremo más alto de la mesa, su rostro más sombrío que nunca. Sus manos callosas tamborileaban sobre la madera con un ritmo inestable. A su derecha, de pie con los brazos cruzados y una sonrisa arrogante en el rostro, Enzo parecía disfrutar del momento como si fuera espectador de una función teatral. Al otro lado, sentada con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, Valyerek mantenía una postura firme, los dedos enguantados apoyados sobre la mesa, su mirada fija en el líder lobo.—El vampi
EMMANUELVerla despertar con su cuerpo desnudo sobre el mío era lo único que me anclaba al presente.La habitación estaba en silencio, y el calor de Lois seguía vibrando, aunque la noche ya se había ido hace muchas horas. Su respiración era tranquila, pero sentí que sus dedos se movían suavemente, como si buscara algo incluso dormida. Tenía el cabello desordenado sobre la mejilla y los labios ligeramente entreabiertos. Apreté su cintura despacio, sin despertarla, y besé la curva de su cuello.No reaccionó de inmediato, pero el sonido leve que escapó de su garganta me bastó. Se estiró, el cuerpo aún rendido, y luego giró hacia mí. Sus ojos se abrieron lentamente, brillantes, aún nublados de sueño.—Buenos días —murmuré, con la boca cerca de la suya.Ella sonrió apenas, medio dormida. Se incorporó un poco, con los senos descubiertos, las piernas enredadas entre las sábanas. Me rodeó el cuello con un brazo y me besó, lento, sin prisa.Cuando nos separamos, me apoyé sobre un codo para mir
AIDANNo sentí el frío al salir. Solo el ardor.El que me quemaba por dentro desde que la dejé en esa cama.Corríamos sin hablar.Emmanuel, en su forma de lobo, avanzaba como un rayo.Yo iba a su lado, esquivando ramas, raíces, sombras. Sus patas no hacían ruido sobre la tierra, pero yo sí. Podía sentir cómo el bosque se abría para él y se resistía a mí. Porque yo no era parte de ese mundo. Nunca lo fui.Mi respiración era constante, profunda, aunque mi cuerpo aún ardía. No solo por el esfuerzo. Lois.Su olor seguía en mi piel. Su sangre en mi lengua.Me dolía la boca. Me dolía el cuello donde la había besado. Me dolía el pecho de tanto contener.Ella es mi hogar, pensé.Cada paso me alejaba de ese hogar.Emmanuel giró bruscamente a la derecha y yo lo seguí sin dudar. Bajamos por una pendiente, pasamos un riachuelo, subimos un sendero que parecía hecho solo para él. Lo conocía todo.Yo no conocía nada.Solo el sabor de Lois, su voz pidiéndome que me cuidara, su cuerpo temblando en mis
LOISNo necesitaba abrir los ojos para saber dónde estaba, incluso si todo esto era tan perfecto que podía parecer un sueño.Mi cuerpo seguía ardiendo, aunque el aire en la habitación empezaba a enfriarse. Cada parte de mí estaba sensible, palpitante. El vientre me dolía, los muslos me temblaban, y mi sexo... todavía sentía la presión de ellos dentro. Como si no se hubieran ido. Como si aún me llenaran.Pero, aunque quisiera que este momento fuese eterno, sé que no era posible.Pero era perfecto.Mi espalda se alzaba y bajaba al ritmo de otra respiración que no era la mía. La de Aidan, debajo de mí. Su cuerpo frío y liso contrastaba con mi piel sudada, y aun así me abrazaba como si no quisiera soltarme nunca. Sus dedos dibujaban líneas invisibles en mi espalda, tan suaves que me erizaban la piel. Cada tanto, me besaba la frente. Y yo me quedaba inmóvil, tragándome el momento como si pudiera conservarlo en el pecho.A cada lado, las manos fuertes de mis alfas sujetaban las mías. Emmanu
Levantó sus caderas y tomó el pene de Emmanuel entre sus dedos. La dureza de este la hizo sonreír. Sus dedos lo empujaron hacia su centro, donde ella fue bajando lentamente, centímetro a centímetro, hasta tenerlo dentro. La llenó por completo, y su cuerpo lo reconoció como si lo hubiese estado esperando desde el principio. Sus manos se apoyaron en el pecho del alfa, buscando un mínimo de estabilidad, pero él ya tenía las suyas en sus caderas. Y sin dejarla tomar la iniciativa, empezó a empujar con rapidez.Lois se mordió el labio, tratando de contener el gemido que subía por su garganta, pero no duró mucho. El placer la desbordaba, lo atravesaba. Emmanuel embestía desde abajo con fuerza medida, precisa, como si conociera la profundidad exacta que la hacía temblar, como si su placer fuera una ciencia.Y entonces Ezequiel se levantó sobre la cama, colocándose de pie frente a ella.La tomó del rostro con ambas manos. Una descendió por su mejilla hasta rodear su nuca, la otra subió por su
La cabaña olía a ella, cada rincón respiraba su esencia: esa mezcla dulce y feroz que se le adhería a la piel como la primera marca de luna llena.Emmanuel no necesitó verla para saber que Lois estaba cerca. Bastó con abrir la puerta para que su instinto se tensara, para que su mandíbula temblara, para que su lobo lo empujara hacia el interior.Pero no estaba solo. A su lado, Aidan respiraba con la misma ansia contenida, aunque intentaba ocultarlo detrás de esa quietud de vampiro domesticado.—Está dentro —murmuró Emmanuel sin mirarlo, sin detenerse.El vampiro asintió. Llevaba el collar puesto, brillante en su cuello pálido. A nadie más se le ocurriría tocarlo. Solo Lois. Solo ella tenía ese derecho.La encontraron recostada en la cama, las piernas dobladas, envuelta en una manta demasiado grande para su cuerpo delgado. Se notaba la debilidad en sus mejillas, la piel más pálida de lo usual, pero sus ojos brillaban. Como si los hubiera estado esperando. Como si supiera que esa noche n