La sala de consejo olía a ceniza y piedra antigua. No quedaba rastro del antiguo esplendor del castillo; las paredes estaban ennegrecidas por el fuego, las vigas remendadas y las ventanas cubiertas con pieles gruesas. En el centro, una mesa improvisada, armada con tablones cruzados sobre bloques de piedra, se alzaba como símbolo de la resistencia. La tensión en el aire era densa, tangible, y cada uno de los presentes parecía cargar con su propio arsenal de palabras afiladas.
Thorne ocupaba el extremo más alto de la mesa, su rostro más sombrío que nunca. Sus manos callosas tamborileaban sobre la madera con un ritmo inestable. A su derecha, de pie con los brazos cruzados y una sonrisa arrogante en el rostro, Enzo parecía disfrutar del momento como si fuera espectador de una función teatral. Al otro lado, sentada con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, Valyerek mantenía una postura firme, los dedos enguantados apoyados sobre la mesa, su mirada fija en el líder lobo.
—El vampi