Valeria despertó con la sensación de que la noche le había vaciado el cuerpo. Los párpados pesaban y la garganta estaba reseca.
Cada músculo le dolía como si hubiera corrido una maratón dormida.
Se vistió sin ganas, con los dedos torpes, en automático. Los tacones, que siempre le daban seguridad, esta vez pesaban como piedras que la anclaban al suelo.
Frente al espejo se encontró con unas ojeras que no recordaba, labios apagados y unos ojos demasiado húmedos.
Pasó los dedos por sus mejillas frías, intentando borrar el cansancio, pero solo consiguió verse más rota.
Respiró hondo, el aire le quemó al entrar, como si sus pulmones se resistieran a trabajar. Tragó saliva para disimular el nudo en la garganta, como quien se prepara para un combate.
No se dejaría caer, tenía que cumplir con su trabajo.
En Aurora Global todo seguía igual… el zumbido de las impresoras, las llamadas, el ir y venir de la gente. Pero para ella todo había cambiado.
Caminó derecho hasta su oficina. Apenas cerró