Noah la vio antes de que cruzara la puerta principal del edificio.
—¡Valeria! — su voz le salió ronca, casi quebrada, pero ella no volteó.
Corrió tras ella y la alcanzó en la acera. Le sujetó el brazo con fuerza contenida, como si soltarla significara perderla del todo.
—Por favor… escúchame.
Valeria cerró los ojos un instante. La garganta se le apretó. Si lo miraba de frente, se partía en mil pedazos.
—Suéltame. —Se secó la lágrima con la mano temblorosa, la piel ardiéndole—. No quiero escucharte.
—Solo un minuto…—Suplicó — Angélica no …
—Estoy cansada, Noah. —Lo cortó en seco—. Cansada de todo esto, de intentar, de no saber en quién confiar. Cansada de mí misma. Y tú… tú solo lo haces peor. Déjame en paz.
Intentó apartarse, pero Noah la siguió hasta el carro. El sonido metálico de las llaves tintineó en sus dedos temblorosos. Antes de que pudiera encajarlas en la cerradura, él se las arrebató de un tirón.
—¡Devuélvemelas! —su grito se quebró entre la rabia y el dolor. El corazón le