El aire se le atragantó a Valeria, como si de pronto hubiera olvidado cómo respirar.
Angélica sonrió acercándose a Noah hasta rozarlo como si le perteneciera.
—Valeria… ¿qué haces por aquí? —entonó con falsa dulzura.
Noah reaccionó de inmediato, apartando a Angélica con un gesto brusco.
—Basta —gruñó, con el ceño fruncido.
Pero Angélica se acomodó el bolso en el hombro y ladeó la cabeza hacia Valeria, sonriendo como quien sabe más de lo que dice.
Los ojos de Valeria se clavaron en Noah. Un calor ácido le subió por el pecho, como fuego líquido recorriéndole las venas; la rabia le apretaba la mandíbula hasta dolerle los dientes.
Contra su voluntad, le asaltaron imágenes dolorosamente vivas, la ternura de su boca besándola, sus manos recorriéndola con cuidado, ella entregándose, amándolo sin reservas. Todo eso… y ahora él, de pie junto a la mujer que la había estado destrozando desde las sombras.
—Tú… —su voz salió áspera, quebrada—. Has estado saboteándome. Con ella.
El silencio que ca