Noah parpadeó, sorprendido. No por la pregunta, sino por la forma en que se la había lanzado: directa, casi burlona, como si estuviera retándolo a confesar. La tensión que le apretaba el pecho cedió un poco, sin que pudiera explicarse por qué.
Tal vez porque esa chispa de ella lo arrancaba de la oscuridad en la que estaba a punto de hundirse. Tal vez porque, aunque no lo supiera, su compañía era justo lo que necesitaba en ese momento.
Noah entrecerró los ojos, y una esquina de su boca se curvó en una media sonrisa cargada de ironía.
—Si te preocupa que haya otra mujer… —dijo, pausado, como si degustara cada palabra— ¿no crees que debiste preguntarlo antes de acostarte conmigo… y no después?
Valeria lo miró como si intentara decidir si empujarlo o reírse.
—Pero no —añadió, dejando caer el teléfono sobre la mesa—, no es una mujer. Son… cosas de familia.
Lo dijo como quien cierra una puerta antes de que alguien intente mirar dentro. Valeria no insistió. No porque no quisiera saber, sino