Fue entonces cuando Noah notó que, mientras él hablaba, ella no dejaba de mirar alrededor. Sus ojos viajaban por las paredes con grietas antiguas, por el techo bajo, por las esquinas donde la luz tenue se fundía con las sombras.
—Lo siento por el lugar —dijo él de pronto, arqueando una ceja—. Sé que es sencillo… tal vez hubiera sido mejor tu casa.
Ella lo miró, genuinamente confundida.
—¿Por qué lo dices?
—Porque llevas rato observando cada rincón como si evaluaras un hotel barato.
Ella soltó una risa suave, negando con la cabeza.
—No es eso… Es que tienes un diamante en bruto aquí.
Él ladeó la cabeza, intrigado.
—¿Un qué?
—El departamento. —Sus ojos brillaron con esa mezcla de curiosidad y entusiasmo que él ya le había visto en el taller—. Me he imaginado mil formas de redecorarlo. Los ángulos que tiene son perfectos, casi invitan a crear algo nuevo. El techo… con esa textura podrías jugar con una iluminación cálida y focal, resaltarlo en vez de esconderlo. Y el piso… si lo combinas