Llegaron al edificio. Al entrar en el departamento, él se disculpó con un gesto despreocupado.
—Es sencillo —dijo.
La sala tenía apenas un par de muebles, una mesa en el comedor y luz tenue filtrándose por las cortinas. En el cuarto, una cama amplia, una mesa de noche y un pequeño escritorio con una laptop.
Al cruzar la puerta, Valeria sintió el peso del encierro caerle encima. Era como si el aire se hubiera espesado. Dio un par de pasos, pero se detuvo, llevándose las manos al rostro.
—Esto es una locura… —murmuró—. No sé qué estoy haciendo.
Él se acercó y le apartó las manos con suavidad, pero sin apartar la mirada.
—¿Qué sucede?
—No estoy segura… —tragó saliva.
—¿Es por Emilio? —preguntó, con un tono que no sonaba a celos, sino a reto.
—Sí… —hizo una pausa, y la palabra se deshizo— No. —Sacudió la cabeza, respirando hondo—. Es por muchas otras cosas. Me siento… nerviosa. Tú solo haces esto porque quieres tomar lo que querías desde un principio. Hiciste todo esto para hacerme caer y