Valeria se levantó de su regazo, acomodándose el vestido con manos temblorosas, intentando recomponer una dignidad que sentía hecha pedazos. Noah, aún sentado, la observó con una mezcla de satisfacción y desafío.
—Espera aquí —dijo él, poniéndose de pie y saliendo del cubículo privado.
En la barra, pidió la cuenta. El monto era alto, más de lo que habría esperado para un café y un par de copas de vino. Maldijo por lo bajo. Nunca había escatimado en gastos, pero algo en la ironía de esa situación —gastarse así el dinero por ella— lo irritó y, al mismo tiempo, le arrancó una sonrisa involuntaria.
Volvió al cubículo y la encontró de pie, perfectamente compuesta, pero con una mirada distinta. No era la de la mujer que lo había besado minutos antes, sino la de alguien que calculaba las consecuencias.
Él lo entendió al instante: estaba pensando que, si se iba con él, no habría marcha atrás.
—¿En qué piensas? —preguntó, acercándose con paso lento.
—En que… no sé si es correcto —murmuró, baja