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🌕 Capítulo 6: Bajo la luna, sin máscaras

HabĂ­an pasado dos dĂ­as desde el ataque.

La cabaña aĂșn olĂ­a a incienso protector, las marcas de la criatura se habĂ­an desvanecido de las paredes, y AilĂ©n apenas habĂ­a dormido. No porque tuviera miedo, sino porque cada vez que cerraba los ojos, revivĂ­a el momento en que la luz brotĂł de sus manos. Ese poder que no entendĂ­a. Que no controlaba.

Kaor tampoco hablaba de ello. Pero algo en él había cambiado.

Ya no se negaba a recibir su ayuda. No gruñía por cada gesto amable. Y por primera vez, no se ocultaba tras la arrogancia. PermanecĂ­a mĂĄs tiempo cerca de ella, observĂĄndola en silencio, como si temiera que con un parpadeo
 pudiera perderla.

Esa noche, el cielo estaba despejado. La luna llena se alzaba sobre el bosque, bañando todo en un resplandor plateado.

Kaor se habĂ­a levantado antes que ella y estaba afuera, sentado sobre una piedra plana junto a la chimenea apagada, con una manta sobre los hombros. Sus heridas se curaban poco a poco, aunque aĂșn se notaba el desgaste. La sombra habĂ­a dejado huellas
 mĂĄs dentro que fuera.

Ailén salió en silencio, llevando consigo una taza con infusión de calmantes y una linterna mågica de cristal.

—Sigues descalzo —dijo, rompiendo la calma.

Kaor girĂł la cabeza hacia ella.

—Necesitaba sentir la tierra.

—¿Y quĂ© te dijo?

—Que no me pertenece. Y que tĂș
 sĂ­.

Ailén se detuvo a su lado, confundida.

—¿Cómo que yo
?

—El bosque responde a ti. No a mĂ­. No a los mĂ­os. TĂș eres parte de Ă©l, aunque no lo sepas.

Ella se sentó junto a él, entregåndole la taza.

—¿Y eso te molesta?

Kaor negĂł con la cabeza, sin mirarla.

—Me aterra.

Ailén bajó la vista, abrazåndose las rodillas.

—Yo tampoco sĂ© lo que soy, Kaor. Lo que pasó
 fue como si algo dentro de mĂ­ se abriera. Como si una parte dormida se hubiese despertado de golpe. Y me asusta no saber quĂ© viene ahora.

—Lo sĂ© —murmurĂł Ă©l—. Por eso estoy aquĂ­.

Ella lo miró. Él no devolvía la mirada, pero su voz era más baja. Más honesta.

—La noche que me atacaron, no solo me traicionaron. Me usaron. Sellaron mi poder, me convirtieron en un receptor de corrupción. Una trampa viviente. Creyeron que moriría. Pero el bosque me arrojó aquí. A ti.

—¿Crees que fue casualidad?

Kaor alzĂł los ojos hacia la luna.

—Creo que tĂș me salvaste antes de que yo supiera que necesitaba ser salvado.

Ailén sintió que algo dentro de su pecho se aflojaba. Como una tensión que llevaba años sin soltar.

—Y tĂș
 me salvaste esa noche. A pesar de tus heridas.

—HabrĂ­a muerto antes de dejar que esa cosa te tocara —gruñó suavemente.

Por un momento, el silencio se volvió denso. No incómodo. Solo
 cargado.

Entonces, Kaor girĂł hacia ella. Muy despacio. Sus ojos dorados se cruzaron con los de AilĂ©n, y por primera vez, no habĂ­a amenaza en ellos. Solo una ternura quebrada, un fuego contenido, una sĂșplica muda.

—No te acerques demasiado —murmuró—. Podría querer quedarme.

—Y si ya lo hiciste
 —susurró ella.

Kaor se inclinĂł apenas. Sus rostros estaban a centĂ­metros. El aliento de ella temblaba. Las manos de Ă©l, aĂșn temblorosas, se alzaron y rozaron su mejilla.

—No soy un buen lugar para quedarte.

—Tampoco estoy buscando un lugar perfecto —respondiĂł AilĂ©n, cerrando los ojos—. Solo uno donde pueda respirar.

Y en medio de la noche, con la luna como Ășnico testigo, Kaor apoyĂł su frente contra la de ella.

No fue un beso.

No aĂșn.

Fue algo mĂĄs profundo. MĂĄs necesario.

Dos almas rotas, reconociéndose en el silencio.

Y aunque no lo dijeran, algo entre ellos ya habĂ­a comenzado a arder.

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