Kaor dormía. O eso intentaba.Su cuerpo, aún debilitado, no le permitía moverse con la libertad que deseaba. La corrupción del maná seguía aferrada a su interior, como raíces oscuras que lo carcomían desde dentro. Cada vez que cerraba los ojos, revivía la traición. El momento exacto en que los suyos lo rodearon, lo marcaron, y lo dejaron al borde de la muerte.Gruñó entre sueños, la mandíbula apretada, el pecho agitado. Pero un olor suave, a lavanda y miel, lo envolvió poco a poco, arrastrándolo lejos del recuerdo. Y una voz… esa voz.—Shh… ya pasó.Ailén, sentada junto a él con un libro abierto en las piernas, le acariciaba el cabello con ternura. No sabía por qué lo hacía. Él era una criatura desconocida, peligrosa, salvaje. Y sin embargo… algo en su rostro dormido, en sus gestos tensos, despertaba en ella una compasión que no podía controlar.Kaor abrió los ojos de golpe, sobresaltado. Se encontró con la mirada cálida de ella y retrocedió ligeramente.—No necesito… consuelo.—Claro
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