El frío no provenía del aire.
Era un frío que nacía en el centro de su pecho y se extendía como un veneno lento por cada vena. Ailén lo sentía recorrerla, gota a gota, como si el ser dentro de ella hubiese decidido reclamar más espacio, probar los límites de su resistencia.
Kael caminaba a su lado, la mano firme en la empuñadura de su espada, los ojos barrían la espesura del bosque en busca de amenazas visibles. Lo que él no sabía —lo que no podía saber— era que la verdadera batalla estaba ocurriendo muy lejos de ahí… dentro de su mente.
"Ríndete."
La voz surgió como un trueno apagado, profunda y arrastrada, resonando detrás de sus pensamientos. No tenía un timbre humano, y sin embargo, cada palabra se sentía peligrosa, envuelta en una calma falsa.
—No… —susurró ella, sin darse cuenta de que había hablado en voz alta.
Kael giró la cabeza.
—¿Ailén?
Ella forzó una sonrisa breve, fingiendo que nada pasaba, y siguió caminando. Pero dentro, la presión aumentaba. Era como si manos invisible